Crónicas de Vestuario. –
“Cuando un sueño se acaba”
En el tránsito de esta temporada
crucial, la participación en la Copa del Rey se tomó como un regalo una vez
superadas las eliminatorias previas. Plantados en los dieciseisavos, frente a
un rival de Primera División a doble partido, sólo había espacio para el sueño.
Y, aunque la realidad mostrara a una Real Sociedad con múltiples carencias y
más asequible que otros gigantes de Primera, el conjunto azul no puso, en
ningún momento, toda la carne en el asador. Sergio Egea se lo tomó en una doble
vertiente: por un lado, dar la oportunidad a jugadores de esa cantera que
vuelve a ilusionar; por otro, encauzar en la buena dinámica a jugadores que
parecen haberla perdido como Generelo, Eneko, Señé o Diego Cervero. Nos hemos
encontrado así a un Real Oviedo distinto al que acostumbra, con enormes
precauciones defensivas y sin pimienta en ataque. Como si se tratara de
esconder un secreto, no fuera a ser que, con la vista puesta a seis meses, los
azules asustaran mucho con su poderío, tal y como traslucen sus números ligueros.
Contaba Nick Hornby en su imprescindible
novela “Fiebre en las gradas” cómo volvió a engancharse a las emociones del
fútbol tras años de inercia en un encuentro de la Copa de Liga del equipo de su
alma –el Arsenal, por si no han tenido el gusto de leerle- frente al Tottenham.
Emoción, esa es la palabra que define a todo torneo copero. Emoción que ha sido
cercenada por los poderosos con eliminatorias a doble vuelta que cortan de raíz
la posibilidad de sorpresa, de que modestos o venidos a menos recuperen su
orgullo. En esas estamos y a ellas se asimiló el once azul, consciente de un
guión previo, preconcebido, al que debía ajustarse porque las urgencias
(ascender) son otras tras un periplo de oscuridad que ya dura demasiado tiempo.
De modo que, aunque sean cada vez más los oviedistas que están recuperando sus
colores al igual que al brillante escritor británico le sucedió, no era la Copa
el momento adecuado ni para soñar ni para que la emoción regresara.
El partido volvió a ser una partida de
ajedrez en la que la Real Sociedad reiteró un ritmo lento a la espera de un
zarpazo que esta vez sí llegó, mientras el Real Oviedo trataba de desgastar a
los donostiarras para buscar en la segunda mitad su momento. Roto el guión por
Finnbogason -ese tanque islandés que de tener pasaporte español tendría
dificultades para jugar en Tercera División- el conjunto azul se sumió en una
extraña inercia que no pudo cambiarse en la reanudación a pesar de haber
adelantado la línea de presión como suele acostumbrar en los encuentros de la
Liga regular. Fue el momento para que brillara un intenso Sergio García –romo
de cara a puerta, lamentablemente-, para que se creara peligro en las jugadas a
balón parado, para que el equipo recuperara su forma de ser, esa identidad que
ha escondido en estos ciento ochenta minutos para el olvido. Una pena, puesto
que, a la vista de las múltiples carencias de los guipuzcoanos, los azules –el
miércoles de verde, camuflados con el césped- podrían haber dado una alegría a
una afición necesitada de ellas. A cambio, nos queda la realidad, el camino de
vuelta al fútbol profesional. Ese es el reto y a él hay que aferrarse. A la
prosaica realidad. Próxima estación: Somozas.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el viernes 19 de diciembre de 2014