Vetusta
Blues. –
“Las
tres desaparecidas”
El regreso a la ciudad
nos devuelve las estampas de orbayu, humedad y cielos grises. Cae la noche de
final de agosto y comienza el partido de vuelta de la final de la Supercopa. El
Café Cadillac está mucho más tranquilo que en otras ocasiones futboleras,
apenas están Rafa y Julio tras la barra, mis amigos Rodrigo y Meri y un par de
personas más. Estoy rodeado de madridistas, cosa rara en un local donde
predominamos los atléticos. Por fortuna, no me toca perder esta vez, aunque las
coñas de Julio Riesgo son una constante. Presta ver el fútbol en buena
compañía, con la rivalidad bien entendida y con un ambiente estupendo más allá
de los colores de cada uno. La educación, supongo. Esa que siempre está ahí.
Esa que hace llevaderos muchos vaivenes de la vida.
Tras el partido,
tomamos el pulso de la noche en uno de los locales que sobreviven en la ciudad.
Cuando se cierran lugares donde uno se siente a gusto es como si nos quitaran
algo, y en Oviedo sin el Supernova y sin La Antigua Estación hay un vacío en
nuestras noches. Estamos en la Plaza del Paraguas y en el bar que coge el
nombre de tan singular enclave ovetense. Hemos salido a la terraza, pero está
repleta, así que nos acomodamos en las escaleras donde más gente conversa
aprovechando el tiempo favorable. Nada más lejano de esos botellones, donde la
gente establece una competición a ver quién grita más. Aquí se habla y se
escucha, todo un lujo. A mi derecha dos chicas también conversan hasta que una
se dirige a mí y me pregunta si tengo fuego. No fumo, de modo que les pregunto
a mis amigos si ellos tienen un mechero. Rodrigo me lo pasa y yo se lo hago
llegar. Transcurre un rato en el que creo que las muchachas se han olvidado de
devolvérmelo, hasta que una de las dos chicas me golpea el brazo para avisarme
y dármelo. Ni gracias ni nada. Este mundo parece haber perdido esos detalles y
se lo comento a mis amigos. Rodrigo me dice que son las “tres desaparecidas”:
hola, por favor y gracias. Pues sí, desaparecidas, perdidas. Un mundo de
maleducados, donde esas pequeñas convenciones han sido exterminadas en virtud
del empujón, de los malos modos, de la competencia llevada a los extremos más
absurdos. El mundo transformado en una completa jungla de animales donde ya no
debemos extrañarnos de nada. Lamentablemente.
MANOLO D. ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 30 de agosto de 2014