Vetusta
Blues. –
“Distancias”
Ella, vamos a llamarla Ella,
lleva veintitrés años lejos de Oviedo. En París, ya la mitad de su vida. Ella
percibe aspectos cotidianos que se escapan a quienes vivimos el día a día de
Vetusta, detalles enriquecedores si deseas observar y percibir tu entorno
habitual de una manera distinta. Lo primero no es nuevo y todos somos
conscientes de ello, pues varios premios avalan a la ciudad: su inmaculada
limpieza. Ella ha estado hace un par de meses en Nueva York, y La Gran Manzana
no se distingue por mantener en buen estado sus calles. La capital de Francia,
tampoco. Pero Ella apostó por pelear –es una luchadora nata- y vivir allí, en
la ciudad donde los cines abren a las nueve de la mañana, donde la vida
discurre frenética, trepidante; donde las razas se funden en una mezcla
arrebatadora y diversa.
Remontamos la calle Oscura y
florecen los recuerdos de los tiempos en la ciudad a principios de los noventa.
Me pregunta cómo nos conocimos y rememoro entre los vapores de un veinteañero
rebelde una noche en el legendario Cechini, aquel abrigo verde suyo, pero no
logro recordar qué nos dijimos. Torcemos hacia la plaza Trascorrales, quizás
para evitar el paso por el sitio que ocupaba el No Name, mítico local de
efímera vida donde cruzamos la frontera de los noventa en un ambiente de rock
como pocas veces se vivió en Oviedo. Ella observa las terrazas y se fascina del
espacio entre mesas, malacostumbrada a la capital de Francia donde cada
distancia es una conquista, en la que cada milímetro parece ganarse a golpe de
codazos en medio de una multitud feroz. Cuando nos sentamos a almorzar en el
restaurante La Gran Manzana, al lado de esa maravillosa plaza del Fontán, de un
mercado que recorrimos con pausa, Ella vuelve a gozar del espacio, de una mesa
para dos con un metro de distancia respecto a la más cercana. Y aunque, como
siempre en España, la conversación discurre a un volumen más alto del de ese
país en el que lleva la mitad de su vida, Ella apura la atmósfera y vuelve a
destapar el tarro de los recuerdos. Regresa la imagen de Iggy Pop tocando en
una abarrotada La Real en 1991 y sus posteriores días en Oviedo, donde
compartimos barra con él una noche en el No Name. Luis nos pregunta qué queremos
para comer y le cuento a Ella que él era uno de los dos dueños del Chanel, otro
mítico de la noche ovetense más inquieta en los noventa. Duda al principio,
pero la mención a unas camperas –esas raras conexiones de la memoria- le
devuelve su imagen en esos tiempos donde creímos que tantas cosas podrían haber
cambiado.
El parque de San Francisco es
otro de esos lujos de una ciudad a ritmo sosegado que Ella paladea como si los
relojes se hubiesen parado, en un singular espacio-tiempo roto por esas
campanadas del himno de Asturias en la torre de Cajastur que tanta gracia le
hacen. Un invisible hilo de silencio nos invade. La tarde, perezosa, comienza a
despedirse mientras pienso que todo lo que he luchado por seguir viviendo en
esta mi ciudad, Oviedo, ha merecido la pena.
MANOLO D.
ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 26 de julio de 2014