Estos días de junio han sido un vía crucis para quien suscribe, padeciendo todo el bombardeo mediático que la figura de Michael Jackson y su muerte han sembrado en un insoportable regreso a esos tiempos a los que jamás quisimos haber regresado. Porque lo peor de mi vida está asociado a esas anoréxicas melodías descafeinadas que tanto furor hicieron entre las anorgásmicas pijas de nuestra generación. Lo único que justificaba nuestra presencia en aquellos infectos bares pijos era esperar su presencia, mientras nos tragábamos esas melodías de funkie rítmico light, los estúpidos bailes, un insulto para grandes del soul negro como Otis Redding o Sam Cooke, y ya no hablamos del blues de Robert Johnson o Muddy Waters, un compendio de música "negra" (dicho sea sin connotaciones racistas) donde la amalgama de Jacko supo unir funk light, sonido Filadelfia y pop rítmico sin salirse del guión marcado por unas discográficas entonces poderosas, que podían comprar a todos los periodistas del universo con viajes de fantasía a las cunas de la movida.
Pero pasó el tiempo y la gallina de los huevos de oro se quebró, y las indies renacieron. Jacko había aplacado la revolución punk y, sobre todo, su hermano pequeño, el powerpop de Paul Collins Beat, Joe Jackson, Elvis Costello, y tantos otros, pero la desazón entró por un resquicio y, pronto, la gente supo distinguir entre la música de consumo -la variable de lo que había sido el glorioso pop-, el pop y el rock. Y entonces, triunfaron Nirvana y devolvieron al rock su sitio.
Jackson prosiguió su tarea de autodegradación, casi tan flagrante como su música hasta llegar a un punto de no retorno en el que sus adicciones le poseían de tal manera que era imposible vivir. Como él mismo expresó, en una de esas declaraciones que tratan de solaparse, pero que un monstruo de semejante calibre no puede esconder.
Aparte de que sus "logros" musicales sólo hayan servido para degenerar el mundo del pop, hoy transformado en música de consumo; aparte de que su fantasmagórica figura permita renacer a los programas más abyectos de la telebasura; aparte de que ver todo lo relativo a su persona comentado por oportunistas presentadores de telediario, incapaces de cualquier dimensión histórica y pendientes de lo que hace tiempo ya hubiéramos llamado sensacionalismo y hoy es práctica periodística común; aparte de eso, Michael Jackson me sigue pareciendo insignificante no ya en lo musical -responsable indirecto del pop de los 80 anestesiado, morfinómano- sino en aquello que hoy se ha derivado en conocer como telebasura. Y que, a costa de la costumbre, ya no nos espanta como debería.
¡Ah! Y me olvidaba que pronto llegará la canonización del que hasta ahora era un (presunto, y degenerado) pederasta.
Hay que...