CASA BIBLIÓFILA
Sucedió hace unos años, no recuerdo cuantos pues todo el tránsito del confinamiento y demás nos ha hecho perder la consciencia del paso del tiempo. Recibí un par de mensajes por messenger de que había la posibilidad de conseguir unos ejemplares de mi primer libro, publicado por la editorial Septem Ediciones. Inmediatamente, llamé a mi querido amigo Marcelo García, escritor que también había publicado varios de sus libros con esa editorial. El siguiente telefonazo fue al señor que había comprado esos libros y que estaba vendiendo a través de internet.
Quedamos en una gasolinera de las afueras de Oviedo. El hombre, de nombre Bermejo, tal y como me había contado otro escritor de Septem (Armando Murias) nos vino a buscar en su moto y le seguimos a través de estrechas carreteras que condujeron a lo más alto de una colina que presidía su chalet. Una vez accedimos al mismo, nos hizo pasar a un garaje donde se encontraba toda la producción no vendida de Septem, muy bien ordenada en estanterías y en buen estado. Debo reconocer que estaba sorprendido y creo que Marcelo, aunque no suele expresar sus emociones de un modo tan nítido como el mío, también. Curioseamos en los anaqueles: aún quedaban ejemplares del libro colectivo "Mensajes de un mundo dibujado" (2007), pero con la particularidad de tener el fondo en negro. Se había hecho con dos colores de marco y fondo al cuadro de Carlos Álvarez Cabrero, a quien se homenajeaba a través de los textos de una treintena larga de autores asturianos. Yo tenía un par de copias con el fondo en blanco y deseaba tenerlo en negro. Bermejo me regaló uno de los pocos ejemplares que quedaban. Parecía que le habíamos caído bien... Marcelo se gastó más dinero en sus libros, puesto que también tenía más títulos publicados. De "Vasos sucios en la madrugada" (2008), mi debut individual, solo quedaban 26. No sé cómo acabó derivando la charla, pero nuestro anfitrión nos invitó a tomar una cerveza dentro de su chalet, una magnífica construcción que dominaba la colina y que ofrecía una maravillosa e inusual vista de Oviedo. El día soleado contribuía a que el entorno magnificara el momento.
En el salón vi su colección de vinilos, aproximadamente un millar y, como siempre que visito casa ajena, me lancé a curiosear la misma. No estaba nada mal, muy centrada en la década de los 70, pero con álbumes poco habituales. Pero, no, no era eso lo que quería mostrarnos, sino otra colección, la de su biblioteca. Bajamos al piso inferior y allí no nos quedó otra que flipar: colocados en un montón de estanterías, por diversas ordenaciones (alfabéticas, autores favoritos...) se presentaban ante nosotros más de quince mil títulos, con ediciones de todo tipo y época. La recorrimos con admirada emoción: aquella no era una colección como las demás. Nos sentamos alrededor de unas cervezas y Bermejo nos contó retazos de su vida, detalles de su colección y más (tenía en una segunda residencia otros veinticinco mil títulos más). Al salir, antes de irnos, tuvimos tiempo de hacernos unas fotos en una de las columnas de ese piso donde conservaba con sumo mimo su colección (tenía varios deshumidificadores para mantener los libros a la temperatura ideal) que estaban ornamentadas por unos magníficos azulejos. En el exterior, vimos uno dedicado a Kafka y nos retratamos como no podía ser de otra forma. Al despedirnos, salimos de allí con la grata sensación de haber estado en una isla oculta y singular.
MANOLO D. ABAD