lunes, 6 de mayo de 2019

Sidrodelia

El próximo jueves 9 de mayo se presenta en Villaviciosa, a partir de las 19:00 h., un nuevo proyecto colectivo de Ediciones Alternativas.

Mi aportación, que se titula "Sidrodelia", empieza así:

"Darío Mayayo y Lara Figueras rieron con estruendo tras cumplimentar la primera botella de sidra en la calle Gascona.
-¡Jodeos, eunucos, aquí estamos los artistas! -gritó con estruendo, alzando su vaso vacío. Mayayo, estaba enfebrecido, sintiéndose como si Charles Baudelaire hubiese resucitado en Oviedo. ¡Él, era él! Figueras enrojeció antes de comprobar que quedaba poca gente en el Tierra Astur de la zona media de la calle (seguramente el de la zona alta estaría aún lleno, lo estaba a todas horas), donde antes se había ubicado la Sidrería Asturias y que se coronaba con un enorme tonel en el que los turistas no dejaban de fotografiarse, casi tanto como en las letronas con el nombre de la ciudad, unos metros de cuesta más arriba, en la plaza del Carbayón. Termómetros de la presencia de turistas en Oviedo. No, no había casi nadie a eso de las cinco de la tarde en esa terraza y ella se sintió liberada del ímpetu y vehemencia alcohólica de su pareja de conveniencia. Porque sí, hacían un buen dúo. Había sido una buena jugada.  Ni Gerard Depardieu y Andie McDowell. La ciudad se rendiría a sus pies y ambos podrían dar rienda suelta a todas sus ambiciones políticas y culturales. Ella alcanzaría el estrellato total como concejala de Cultura; él sería jefe de la sección en su periódico. Y ambos podrían ajustar cuentas con todos aquellos que se habían cruzado en su camino y se habían empeñado en no seguirlos. Quedaba poco tiempo.
- A ver, cariño… -comenzó con su voz de pito Mayayo. Un berrido lamentable que se interrumpió al detectar al camarero en sus inmediaciones. “Eeeeh, psch, psch”, gritó con agudo tono idéntico al de los extraterrestres de “La Invasión de los Ultracuerpos”. El hombre lo miró distraído, con cierto desdén, ajeno a su parecido con Donald Sutherland tras ser ocupado por las fuerzas invasoras en el final de la película. No quería ocupar el cuerpo del empleado de la sidrería, sólo otra “botellina” (él no la llamó según la terminología de la tierra) más.

-A ver, cariño… -repitió Mayayo. “Necesitamos algo nuevo, se nos acaba la pasta de la Noche Blanca y con algo nuevo de tu lamentable hermano no podemos contar”.
-Bueno, da igual, “Little Factory” no va mal -dijo Figueras.
“Little Factory” era el nuevo invento de Figueras, tras la debacle de su primera experiencia hostelero-cultural con el Café Teatro. Pero ahí debía repartir beneficios con Ramón Ortiz, encargado de toda la parte más dura. Apenas podría sustraer unos euros. De modo que, sí, quizás deberían pensar en algo que les diera dinero fresco y rápido.
-¡Un crowfunding!
-¿Un qué, ho? -Mayayo comenzaba a mostrar signos inequívocos de embriaguez. El desayuno con dos botellas de tintorro cosechero de la casa en la Belmontina, un vermú – no, perdón, tres - en compañía de su amado Eusebio Costa (que también abonó la cuenta del tintorro, cómo molan los funcionarios con ínfulas artísticas, pensó), más otros dos vasos de vino en el Ovetense con la presencia añadida del poetastro Diego Fuertes, le habían tenido ocupado hasta la una de la tarde en que llegó su “chica”. Después, tres botellinas de sidra más en el Ovetense, mientras desafiaba con la mirada a unos examigos que celebraban un cumpleaños en un mesa anexa y el traslado hasta la cercana Gascona tras un amago de agarrada cuando intentó burlarse con torpeza del homenajeado. Se libró gracias a la intervención de los camareros y de algunos parroquianos del local que evitaron que la provocación pasase a mayores.

-¡Crowfunding!
-¡Confunding, jijiji! Ya, ya sé – añadió con un gesto hacia atrás que casi le hizo caerse de la silla.

Se inició la tormenta de ideas con la tercera botellina.
-¡Haiku!
-¡Kiki, jijiji!
-¡Chachi!
-¡Sudoku!
-¡Caaaamareeeeeroooooooo! - gritó Mayayo antes de caerse al suelo. Su rostro, inflado y enrojecido hasta límites escandalosos, impactó con estruendo contra la acera. La silla tampoco salió bien parada, retorcida en un grotesco escorzo. Lara Figueras le pidió al caaaamareeeeerooo no retirarla: lo haría ella para que formara parte de la próxima exposición artística en el “Little Factory”. Una obra de arte auténtica. La cara de Mayayo ya había perdido toda la diversidad de tonos rojos y se mostraba como amasijo indefinido, del que era improbable extraer ninguna consecuencia ni tampoco indicio alguno. El tipo se incorporó con una sonrisa estúpida en su rostro y gritó: “¡Tamagochi!”.
-¡Harakiri! - replicó Figueras, con cierto hastío del jueguecito, al tiempo que rechazaba un nuevo vaso de sidra.
-¡Toyota!
-¡Honda y que te den! - concluyó la copropietaria del “Little Factory”.
-¡Kawasssssssssssss…! - Darío no consiguió terminar, interrumpido por una catarata de hipo. Cuando esta pasó, dijo, resoplando: ¡...aaakiii!
(Faltó Yamaha para completar el idiota circuito).

(.../...)
MANOLO D. ABAD

"De Sidras". Varios Artistas. Ediciones Alternativas, 2019