“A trancas y
barrancas”
Visto todo lo padecido,
la tentación es dejarse ir. Subirse a esa montaña rusa
incomprensible de victoria casera-ridículo forastero y tirar, un día
más, una semana más, un mes más, un año más, con ese conformismo
pernicioso de las parejas que no se soportan desde hace mucho tiempo,
pero que aún caminan de la mano, no se sabe por qué razón, pues ni
siquiera la soledad es peor. Aquí -envueltos en el Tartiere en un
silencio que podría ser omnisciente pero que rompe el aliento
infatigable de los Symmachiarrii para que no se repitan aquellas
jornadas de indolentes silencios en el nuevo estadio que nos
condujeron al infierno, al verdadero infierno- no se ve más
propósito de enmienda que el que provocan las circunstancias
ocasionales: entró -para quedarse, por fortuna y aclamación
popular- Johannesson por el carril derecho para descubrirnos (o
recordarnos, olvidado como estaba en la primera vuelta) lo que puede
llegar a ser crear peligro por las bandas, y entró Jonathan Vila de
titular para poner un poco de orden en el marasmo de supuestos
esquemas del equipo que no pueden esconder el caos táctico que
alumbra Fernando Hierro jornada tras jornada.
Se agradeció la
presencia de Vila en medio de ese laberinto que ya ni doble embudo
es, donde sólo el descubrimiento de las bandas -tenue, en un tono
pálido- alumbra la esperanza más lenta. Así llegó el primero, en
un arrebato de Varela quien se asoció bien y centró al área, en
ese "abc" del fútbol tan olvidado por preparadores que aún dudan de
la esencia máxima del juego: meter goles. Comentaba Eusebio
Sacristán que el asunto consistía en crear peligro, no en acumular
tiempo de posesión. Así ganó una Liga el Leicester, con un
recuperador absoluto e infatigable como Ngolo Kanté, un contraataque
letal liderado por el genial Mahrez y la guinda en forma de goleador
con Jamie Vardy, un desahuciado del fútbol que halló su
resurrección de azul. Todas estas nociones básicas las ha desoido
el entrenador oviedista.
El Real Oviedo es incapaz de marcar el ritmo
del partido. El Real Oviedo no sabe aprovechar los contraataques. El
Real Oviedo no sabe defender las faltas en su contra, llegando a
situar cuatro jugadores en un lanzamiento de castigo lateral. El Real
Oviedo pierde el norte constantemente y practica un fútbol
(no-fútbol, más bien) de patapún-parriba sin ningún sentido. El
Real Oviedo desmoraliza hasta a la afición más paciente y fiel.
Y, aún así, quedan los
destellos, los flashes. Con un depredador del área como Toché, con
el entusiasmo sin límites de un infatigable Johannesson (creo que
Varela debería tomar ejemplo, clase no le falta, sólo ganas) y el
faro de Jonathan Vila, recordamos algún buen momento sepultado no se
sabe por qué. Al final, ya saben, tres puntos gracias a un
“aclimatado” Costas (¿habrá que esperar otra “aclimatación”
similar para los nuevos fichajes?) que mostró buenas maneras en
medio de un caos táctico cada vez más generalizado que poco habla
de la labor de un Fernando Hierro, perdido en el marasmo de sus, cada
vez mayores, dudas y contradicciones, a las que sólo la necesidad
pone remedio.
Reportaje fotográfico: JOSÉ LUIS G. FIERROS