Vinilo Azul. -
“Un verano en el
Café Apolo”
Ahora que parece que el
invierno ya está aquí, que sí, que llegan de verdad los fríos y
las lluvias, quizás parezca algo extraño recordar algún instante
de algún verano perdido en la memoria. Pero no, no es así. Quizás
haya abierto esa ventana en la memoria el poder disfrutar de una
nueva entrega de los Premios de la Crítica y del Premio de las
Letras que, cada año, otorga la Asociación de Escritores de
Asturias. Ver la estatua del “Apolo” -desvencijado en su
orgulloso porte, con su amenazante lengua fuera, una maravilla
diseñada por el enorme y tan querido Jaime Herrero- y recordar a
aquel café ovetense tan especial para muchos de nosotros.
Sí, fue en el Café
Apolo donde tomé la decisión, donde definitivamente creí en mí
mismo y cuando me lancé a un tipo de escritura que, hasta entonces,
no había abordado con la confianza necesaria y el tesón requerido.
Sí, fue en aquel verano de temperaturas extremas, a finales de julio
de 2003, cuando decidí dar el salto a la ficción. Aquello no
hubiera sido posible sin las tardes junto a Rubén Rodríguez en el
Café Apolo, con una botella de vino francés traído especialmente
por Juan Carlos y las cenas que Manolo Villarroel preparaba,
inolvidables sus deliciosas minipizzas y unos postres que para sí
quisieran los mejores reposteros televisivos.
Son esos momentos vitales
los que, al volver la vista atrás, descubrimos como cruciales
aunque, en su día, nos parecieran banales. Cada decisión, cada
instante de nuestra existencia, mínima e intrascendente quizás (o
no) se resuelve en los momentos menos esperados. El Café Apolo, en
esas tardes algo rezongonas de calor, buscando las sombras, casi como
cantarían Nacha Pop (muchos la confundirán como propia de Antonio
Vega y no es así) “Persiguiendo sombras”, conformó un marco
ensoñador para evadirse de la realidad, sumergirse en proyectos,
perder el miedo a volar, a la escritura de ficción, a olvidar las
pedestres tentativas anteriores, a ignorar la vergüenza que tanto me
había atenazado en tantas ocasiones, a volcarse en noches en mi
pequeño estudio -el zulo, como lo llamaba mi madre- envuelto en
sudor, con la música tenue sonando (no había vecinos en ese verano
de calor) y la luz de la luna entrando por las claraboyas e inundando
las penumbras de la torre de la Catedral de Oviedo.
Por las mañanas tocaba
recorrerse la calle en busca de los “opines”, encuestas en la
calle, con la cámara del gran Marcos “Toc” que, a pesar de mi
situación en Tele Oviedo, se empeñaba en que desafiáramos el
pertinaz sol y preguntáramos a más gente, hasta la treintena,
aunque la responsable del asunto, deseosa de deshacerse de mí
siempre dejaba en cuatro o cinco, a saber qué le diría a sus jefes
que luego se convertirían en socios. Fue una experiencia magnífica,
vista hoy. Porque, otra de las perspectivas que nos brinda el tiempo,
es contemplar situaciones difíciles, complejas o negativas como
terapéuticas. Al final, vemos dónde está cada uno, sus
expectativas y su situación actual. Y, a pesar de que muchos de
aquellos trataron de hundirme, aquí estamos: hablando de ellos y
ellas, de sus zancadillas, de sus miserias y de lo bonito que fue
aquel tiempo, el haber podido vivirlo con intensidad y recordarlo hoy
aquí. Aunque sigamos echando de menos, al son de un tema de Miles
Davis, aquellas tardes y noches, plácidas, frescas a pesar del
pertinaz calor, del Café Apolo. Y las decisiones, las grandes
decisiones, que tomé allí.
Publicado en el diario "El Comercio" el domingo 18 de diciembre de 2016