domingo, 18 de diciembre de 2016

Un verano en el Café Apolo


Vinilo Azul. -
Un verano en el Café Apolo”

Ahora que parece que el invierno ya está aquí, que sí, que llegan de verdad los fríos y las lluvias, quizás parezca algo extraño recordar algún instante de algún verano perdido en la memoria. Pero no, no es así. Quizás haya abierto esa ventana en la memoria el poder disfrutar de una nueva entrega de los Premios de la Crítica y del Premio de las Letras que, cada año, otorga la Asociación de Escritores de Asturias. Ver la estatua del “Apolo” -desvencijado en su orgulloso porte, con su amenazante lengua fuera, una maravilla diseñada por el enorme y tan querido Jaime Herrero- y recordar a aquel café ovetense tan especial para muchos de nosotros.

Sí, fue en el Café Apolo donde tomé la decisión, donde definitivamente creí en mí mismo y cuando me lancé a un tipo de escritura que, hasta entonces, no había abordado con la confianza necesaria y el tesón requerido. Sí, fue en aquel verano de temperaturas extremas, a finales de julio de 2003, cuando decidí dar el salto a la ficción. Aquello no hubiera sido posible sin las tardes junto a Rubén Rodríguez en el Café Apolo, con una botella de vino francés traído especialmente por Juan Carlos y las cenas que Manolo Villarroel preparaba, inolvidables sus deliciosas minipizzas y unos postres que para sí quisieran los mejores reposteros televisivos.

Son esos momentos vitales los que, al volver la vista atrás, descubrimos como cruciales aunque, en su día, nos parecieran banales. Cada decisión, cada instante de nuestra existencia, mínima e intrascendente quizás (o no) se resuelve en los momentos menos esperados. El Café Apolo, en esas tardes algo rezongonas de calor, buscando las sombras, casi como cantarían Nacha Pop (muchos la confundirán como propia de Antonio Vega y no es así) “Persiguiendo sombras”, conformó un marco ensoñador para evadirse de la realidad, sumergirse en proyectos, perder el miedo a volar, a la escritura de ficción, a olvidar las pedestres tentativas anteriores, a ignorar la vergüenza que tanto me había atenazado en tantas ocasiones, a volcarse en noches en mi pequeño estudio -el zulo, como lo llamaba mi madre- envuelto en sudor, con la música tenue sonando (no había vecinos en ese verano de calor) y la luz de la luna entrando por las claraboyas e inundando las penumbras de la torre de la Catedral de Oviedo.

Por las mañanas tocaba recorrerse la calle en busca de los “opines”, encuestas en la calle, con la cámara del gran Marcos “Toc” que, a pesar de mi situación en Tele Oviedo, se empeñaba en que desafiáramos el pertinaz sol y preguntáramos a más gente, hasta la treintena, aunque la responsable del asunto, deseosa de deshacerse de mí siempre dejaba en cuatro o cinco, a saber qué le diría a sus jefes que luego se convertirían en socios. Fue una experiencia magnífica, vista hoy. Porque, otra de las perspectivas que nos brinda el tiempo, es contemplar situaciones difíciles, complejas o negativas como terapéuticas. Al final, vemos dónde está cada uno, sus expectativas y su situación actual. Y, a pesar de que muchos de aquellos trataron de hundirme, aquí estamos: hablando de ellos y ellas, de sus zancadillas, de sus miserias y de lo bonito que fue aquel tiempo, el haber podido vivirlo con intensidad y recordarlo hoy aquí. Aunque sigamos echando de menos, al son de un tema de Miles Davis, aquellas tardes y noches, plácidas, frescas a pesar del pertinaz calor, del Café Apolo. Y las decisiones, las grandes decisiones, que tomé allí.

MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el domingo 18 de diciembre de 2016