Vinilo Azul. -
“Nuestros refugios”
Que el mundo se
transforma a velocidad de vértigo a través de dispositivos
electrónicos y telemáticos es algo que sabemos y con lo que
aprenderemos -a la fuerza ahorcan- a convivir en nuestro día a día.
Los teléfonos móviles que a algunos les impiden ver el mundo que se
presenta ante sus ojos hasta convertirse a la legión de
“fono-zombies”, a esos que están pendientes de inmediatas
conexiones por whataspp, de mensajes ineludibles y todos urgentes, de
una reiterada mala educación por estar pendiente de la puñetera
maquinita y de sus llamadas que deben contestarse al momento. La
estupidez y la mala educación en dos básicos capítulos.
Levantarse, observar el
universo que se presenta ante nuestros ojos: ese es el secreto, uno
de ellos, para vivir la vida, para bebérsela a sorbos, para
comérsela a bocados, para dejar que nos empape en cada gota de
sudor.
En mi ciudad, en Oviedo,
el casco antiguo es uno de esos lugares donde podemos encontrar ese
calor amigo que muchas veces nos ofrecen los bares. Eso que nunca
podrán encontrar aquellos que sólo viven para satisfacer su ego,
para pasar el platillo y llenar sus bolsillos con prácticas sucias,
esos que sólo se quieren a sí mismos, a sus apuestas y sus negocios
(de su ego ya no hablamos). Esos que se olvidan de la lacra del
botellón y que ponen el punto de mira en personas que, a muchos (sí,
somos muchos) nos hacen la vida feliz. Con su capacidad para escuchar
(y, a veces, para callar), para servirnos una copa o ponernos esa
canción que quizás pueda mitigar en parte alguna de nuestras
desdichas. Para los insensibles que odian a los bares, que desearían
que se cerrasen todos en una gentrificación bonificada por algunas
inmobiliarias, que sacarían tajada de una ciudad dormitorio fantasma
y desprovista de vida (el botellón seguiría y todos callarían en
un infierno de cobardes), esos que desean una ciudad muerta para
llenarse sus bolsillos de manera oscura, asociaciones bizarras, de
gestiones oscuras que pretenden hundir nuestra forma de vida, nuestro
ocio, nuestros momentos de diversión en virtud de unos intereses
oscuros, muy oscuros, a esos me gustaría decirles que pelearemos por
lo nuestro, que muchos años y trabajo han costado.
Pienso en mis años, en
mi vida nocturna. Fueron muchas las veces en que me bebí la noche
hasta el amanecer o hasta el día siguiente o hasta dos días
después. Llevé mi desesperación hasta el paroxismo. No me
arrepiento. Y me enorgullezco de haber conocido a paisanos, a
verdaderos paisanos detrás de las barras, que me salvaron del
precipicio final. Hablo de gentes como Luis Salgado en el Diario
Roma, como El Rubio en el Sol y Sombra (antes en el Channel), de
Julio Riesgo en el Cadillac (antes en La Antigua Estación), de Floro
en el No Name, de Carmelo en el Soho y el Factory, de Scatini en la
Plaza, de Juanjo en el Plaza, de Dani y Oliver en el Danny´s...
Somos supervivientes orgullosos de nuestras propias cenizas. Estamos
aquí para decir que gracias a esos refugios nuestra vida ha sido
diferente. Habrá meapilas que quieran transformarla. Habrá tipos
interesados en terminar con la noche, con nuestro espacio para el
placer, para encontrarnos a nosotros mismos, para afrontar nuestras
sombras y nuestras contradicciones.
Que sepan que somos más,
aunque muchos hayan preferido callar. Es el momento de afirmar que la
noche en Oviedo ha de pervivir. Sin botellones, sin individuos
sometidos a intereses económicos de todo tipo... Necesitamos ese
refugio y queremos seguir viviendo la noche para tratar de encontrar
nuestras huellas perdidas, para vernos sin ambages y para descubrir,
una vez más, que estamos vivos aún, a pesar de los pesares.
Foto: PABLO LORENZANA
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 28 de agosto de 2016