“Los mundos de
Marcelo García”
Los caminos de la
creación son inexplicables: hay quien llega por casualidad; está
quien lo hace por una torpe prolongación de un ego desmesurado,
también arriban algunos por una necesidad intensa de comunicación a
los demás que sólo de esa manera podría producirse; hasta más de
un millón de razones podríamos encontrar para quienes traspasan la
frontera del pensamiento hasta el papel. Sea como fuere, la chispa
que incitó a Marcelo García Martínez a cruzar esa invisible
divisoria surgió a los veintiséis años y se manifestó con una
inusitada fuerza.
Desde entonces, haciendo
de la pluma terapia -como, ¡ay! tantos otros- Marcelo ha recorrido
un camino propio, al margen de sectas, de intereses ocultos más
propios de trepas que de creadores y, sobre todo, jalonado por una
obra donde ha ido logrando definir una personalidad propia. El
ovetense arrancó buscando los caminos trillados de la novela
histórica, pero ese círculo de valores establecidos se le quedó
muy pronto diminuto. Así que adoptó su propio mundo que se nutre de
una serie de influencias que desembocan en un universo literario
propio que ha explotado con todo su fulgor en algunas de sus obras
más recientes: “Instrucciones psicóticas para no seguir en épocas
de crisis” (2009), Dorian Gray 2.0” (2014) y “Cartas de amor
después del ecocidio” (2016).
Los mundos de Marcelo
García se adentran con densa mano en lo que podríamos tomar como
una anécdota extraída del mundo real que se queda deformada en una
tradición donde confluyen Ramón María del Valle-Inclán y Hunter
S. Thompson. Del surrealismo a lo gonzo, las ficciones de Marcelo se
nutren de estructuras experimentales que exigen un gran esfuerzo de
concentración del lector, quien, a cambio, obtiene una literatura
que se sale de todo tipo de convención y ofrece dimensiones
diferentes y estimulantes. Profesor de lengua y literatura en ESO y
bachillerato, aunque, por esos ajustes de estos años también
ocasional de geografía o historia, tiene pendiente una historia que
le conecte con los alumnos, de quienes dice aprender mucho y que le
muestran una perspectiva distinta a la de su mundo interior. La
generación beat con su mirada de desviación lisérgica confluye con
el postmodernismo de una manera natural y se mezcla con las gotas del
surrealismo de Palaniuk. Un cóctel distinto en las letras españolas,
donde mandan el revisionismo, las modas y los folletines
pseudohistóricos de pega.
Curiosamente, la posible
dificultad de su propuesta no le impide tanto triunfar en concursos
literarios de los no amañados como convencer a nuevos adeptos
procedentes de clubs de lectura, en una experiencia que él resume
como muy enriquecedora.
Quizás sea el atractivo
de los gatos, que no se acercan a cualquiera, que se valen por sí
mismos sin necesidad de círculos de influencia como otros, sin tan
siquiera excesivos contactos en el mundillo ni intereses en las
múltiples cuitas que rodean las pequeñeces de aquellos cuyo talento
es inversamente proporcional a su desmesurada ambición y ansia de
notoriedad. Consciente de atraer a la locura, destila mucha de la
que le rodea en un nuevo universo, propio, en el que merece la pena
internarse. Los mundos de Marcelo García escapan de obviedades y se
alejan de quienes conocen la llave para propulsarse a base de
puñaladas en la espalda y no de talento. Sólo por eso, ya merecen
una abnegada atención frente a tanto negado con anhelo de figurar.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 7 de agosto de 2016
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 7 de agosto de 2016