Vetusta Blues. –
“Atasco en Oviedo”
Ella se
ríe cuando califico a Oviedo como la jungla, incluso cuando la
denomino “ciudad”. Ella vive desde hace muchos años en una urbe
europea de más de diez millones de habitantes, con cines a todas
horas –eso, entre otras cosas, quizás sea lo que la retenga ahí-
y no entiende estos agobios de quien ha decidido nacer, vivir y morir
en el mismo lugar, que le resultan algo grotescos. Es Oviedo una
ciudad que transmite esa tranquilidad sobria que encanta a un
neoyorquino tipo Woody Allen tanto como a esa parisina que ya es
Ella. Algo tendrá esta ciudad que atrae a tan diversa y selecta
gente. Quizás sea ese Campo de San Francisco amenazado siempre por
los mercaderes del gastro-no-se-qué (a mí esas definiciones tan
guays me traen el recuerdo de grandes dolores de estómago y
fiebres), quizás sea esa quietud –algo inquietante- que se cierne
en cada verano donde desaparecen los habituales para dar paso a
oleadas de turistas.
Y en
esto, el atasco. Encontrar un acontecimiento de estas características
en Oviedo es algo muy poco común. Vale que, como bien me resaltó
Ella, desentrañar el laberinto de las paradas de bus sea una tarea
tan ardua que a alguien que ha recorrido el mundo le resulte
indescifrable, pero contemplar una larga fila de coches parados desde
el comienzo de la calle Independencia y hasta bien sobrepasada la
calle Covadonga, casi a la altura de la plaza del Carbayón resulta
todo un acontecimiento en la ciudad.
El atasco
del pasado jueves era de proporciones dignas de grandes y millonarias
urbes. Y en medio de un tranquilo verano de calores. Aunque no son
las temperaturas las que marcan el rumbo de nuestro día a día.
Había muchas más turbulencias dentro de mi corazón. El sonido de
las bocinas no podía acallar todo lo que sonaba en mis oídos, todo
lo que me estaba pasando, todo lo que está sucediendo a mi alrededor
en estas últimas semanas. La última ola de calor me condujo de la
televisión a la literatura, hace más de diez años; esta nueva no
sé dónde me puede llevar, pero es uno de esos terremotos enormes y
que sólo resuenan en mis entrañas…
Un
imbécil aparcó su coche en la esquina de la calle Alonso
Quintanilla con Covadonga a la altura del coqueto hotel del mismo
nombre que la Santina, impidiendo que el autobús pudiera girar desde
Foncalada y consiguió obrar el milagro de un atasco en esta ciudad
que consigue que la tranquilidad sea uno de sus valores. Nunca hay
que desdeñar la posibilidad de un giro de azar, de una sorpresa, de
un guiño inesperado del destino. Para los que creían que todo
estaba atado y bien atado, un atasco así debería transmitirles una
sensación –incómoda- de que la impunidad en esta ciudad -por
muchos voceros y paniaguados que sigan haciendo su sordo trabajo-
parece que se va a terminar.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 18 de julio de 2015