Las emociones estaban desbordadas. No era, como
alguien me apuntó, euforia sino ilusión. La ilusión recobrada ahora que se
vislumbra la luz al final de un túnel muy oscuro, se escapaba por todos y cada
uno de los poros de la ciudad, que había recobrado el brillo de sus tardes de
gloria futbolera. Pero toda esa ilusión, esas emociones desbordadas se
transmitieron al once azul que jugó demasiado agarrotado en muchos momentos. Hay
mucho en juego y todos eran conscientes de ello.
Salió el Cádiz más asentado al partido, sabedor de
que la espera y la contención son buenas armas para jugar fuera de casa,
siempre que no te encierres en tu área. Lejos de ella jugaron durante mucho tiempo
los amarillos, beneficiados por un Real Oviedo al que le quemaba el balón y que
no conseguía desentrañar las claves con las que llegar a las inmediaciones de
Aulestia.
No se aprovechaban las bandas, quizás el punto más débil de los andaluces y apenas existían combinaciones entre los dos laterales y los interiores. Héctor Font estaba demasiado perdido a pesar de ofrecerse, pero le faltaba la visión preclara de otras veces. Sólo Borja Valle parecía atinar en algunos momentos, pero apenas había colaboración y movimientos sin la pelota, atenazados por la responsabilidad y sin clarividencia en el juego. En ese juego de nervios y tensión se enredó el cuadro azul en una primera parte espesa, sin la velocidad con que nos deleitaron en muchos momentos de la temporada. Les bastó a los amarillos una jugada de tiralíneas para acertar con el gol de Jona, un premio excesivo a la vista de una oferta prudente y sin mucho brillo. Veteranos curtidos en mil batallas, aleccionados por otro perro viejo como su entrenador Claudio Barragán.
No se aprovechaban las bandas, quizás el punto más débil de los andaluces y apenas existían combinaciones entre los dos laterales y los interiores. Héctor Font estaba demasiado perdido a pesar de ofrecerse, pero le faltaba la visión preclara de otras veces. Sólo Borja Valle parecía atinar en algunos momentos, pero apenas había colaboración y movimientos sin la pelota, atenazados por la responsabilidad y sin clarividencia en el juego. En ese juego de nervios y tensión se enredó el cuadro azul en una primera parte espesa, sin la velocidad con que nos deleitaron en muchos momentos de la temporada. Les bastó a los amarillos una jugada de tiralíneas para acertar con el gol de Jona, un premio excesivo a la vista de una oferta prudente y sin mucho brillo. Veteranos curtidos en mil batallas, aleccionados por otro perro viejo como su entrenador Claudio Barragán.
La prueba, pues, en este camino fue la de los
nervios y le costó al Real Oviedo afrontarla. Sólo en el tramo final del
segundo acto fue capaz de desprenderse de esa tensión que anulaba sus virtudes.
Ayudó el desparpajo de Sergio García, que se marcó un sensacional lanzamiento
que el cancerbero exoviedista pudo despejar para que el balón rebotase en el
poste cuando las treinta mil almas gritaban el gol por toda la escuadra. No
pudo ser, pero tenía que llegar. El deseo se convirtió en realidad con un
soberbio cabezazo de Diego Cervero, cuando el conjunto azul –ya desmelenado,
rápido y libre de las tenazas de nervios que le habían agobiado en casi todo el
partido- lanzó la ofensiva final con toda su fuerza, con ese empuje que los
hace letales. Parecía que un segundo tanto podía llegar, pero los gaditanos
entraron en otra de las pruebas de nervios y jugaron con ella: la de las
marrullerías, la de buscar que el rival se desquiciase. En esas batallas entró
hasta el propio entrenador cadista para que el tiempo se consumiese sin que el
balón pudiera aproximarse a su área. Faltó tiempo, pero quedan noventa y pico
minutos de una guerra sin cuartel en Cádiz. Allí, en esa bahía que tantas
batallas ha visto dilucidar en sus aguas, el Real Oviedo tendrá que asaltar su
cielo. Un cielo que queremos todos que se tiña con el azul oviedista.
MANOLO D. ABAD
Reportaje fotográfico: J.L.G. FIERROS