-Su obra aborda ciertos temas morales, fundamentales en nuestra sociedad: la violencia, el crimen, el sistema judicial, el racismo… Una de sus ideas claves, es que el sistema jurídico-penitenciario americano sólo empeora las cosas y transforma a los hombres en animales. ¿Qué le cambiaría a ese sistema?
No lo sé. Estamos hablando de un problema endémico de la sociedad en general, no está limitado sólo a los jueces o a las cárceles. En Estados Unidos, la criminalidad económica, es decir, todos los delitos relacionados con el dinero –robo, extorsión, prostitución, trapicheos, falsificaciones, etc…- son una especie de válvula de seguridad contra la revolución. Estados Unidos es un país en el que la prioridad absoluta es el dinero, el triunfo financiero y que, por otro lado, ha producido esa subclase de miserables… La coexistencia entre esa masa de pobres y ese alarde de valores materiales es explosiva. Tomemos, por ejemplo, a un crío negro de las viviendas de protección oficial de Watts. Cuando nació, su madre sólo tenía dieciséis años. Con cuatro años empieza a mirar la tele. Nunca trabaja, hace novillos, callejea con sus compañeros del barrio. A los trece años, se da cuenta que es prácticamente analfabeto, que ya está excluido de la sociedad y del sueño americano que le prometieron a lo largo de todos los programas de la tele. Nunca tendrá ese soberbio BMW, ni siquiera las magníficas zapatillas Air Jordan. Y la sociedad no para de machacarle que es una mierda si no posee las bonitas Nike o el más grande de los Mercedes Benz. Llegado a ese punto, póngase en su lugar: ¿qué puede hacer? Ser un mierda toda su vida, o entrar en una pandilla, ser camello, atracar a los pudientes. El contrato social tiene que funcionar en ambos sentidos: no se puede esperar de la gente un cierto tipo de comportamiento social si no se logra mantener el interés de esa gente por la sociedad.
-Resumiendo, podemos decir que existen dos corrientes de pensamiento sobre la justicia y la criminalidad: un punto de vista conservador que favorece el castigo, incluso la pena de muerte; y un punto de vista liberal que favorece la prevención y combate las raíces del mal. ¿Qué opina sobre cada una de estas doctrinas?
-Se pasó treinta años de su vida tras los barrotes. ¿Está amargado o, por el contrario, sólo recuerda los años felices cuando se convirtió en escritor y fue liberado?
-Salió del mal paso gracias a la lectura y a la escritura. ¿Cree que la cultura es el mejor antídoto de la criminalidad?
-¿Siente que está en lado bueno de la ley, a salvo de una "recaída?
-¿Sigue teniendo amigos que están del otro lado?
-¿Sigue hoy estando furioso con la sociedad?
-Al final de No hay Bestia tan feroz, Max está harto de su honrada vida y recae en el crimen con voluptuosidad, diciéndose "¡Qué mierda, me importa un bledo!". ¿Tiene este tipo de pensamiento?
No. Cuando era más joven, mi vida era caótica y recaía cada vez que salía de la cárcel por las razones que antes le comentaba. Ahora, ya está, se acabó. Soy demasiado viejo, por fin tengo una existencia estable y equilibrada, quiero a mi mujer, y a mis perros. Me gusta la vida. La vida de criminal es excitante, uno no se aburre… Pero hoy en día, si me aburro, si las cosas son demasiado tranquilas, me largo a Las Vegas y juego toda la noche (risas)… Durante toda mi vida, me he sentido como un leopardo salvaje en medio de un rebaño de gatos domésticos. He hecho lo que he querido, he vivido a mi manera, y ya he pagado la factura a la sociedad. Es el pasado, ahora soy escritor.
Séptima y última parte de la entrevista con Edward Bunker realizada por Sergio Ramón Zárate y publicada en el número 4 de "Los Inrockuptibles", mayo de 1992.