-Cuándo le liberaron, ¿sintió que por fin salía a flote?
No del todo. Estaba tan condicionado por la vida del penitenciario, tan escarmentado por mis fracasos anteriores, tan acostumbrado a ser libre por poco tiempo… Mi actitud era, más bien, vivir al día, ver lo que iba a ocurrir. Era imposible que me sintiera definitivamente libre. Ya con Louise, había experimentado una pequeña esperanza de lograr salir de aquello y, unos años más tarde, estaba otra vez en chirona. En cuanto a mi segunda liberación, salí como un toro salvaje al que se le suelta la cuerda, decidido a pelearme con la sociedad y vivir del crimen y del gansterismo, y otra vez me encontré en chirona. Así que, esta vez, estaba circunspecto. Feliz, pero prudente. Era la primera vez desde que cumplí los cuatro años que no tenía la soga al cuello.
-¿Escribía con facilidad o se peleaba con cada palabra?
Hay escritores que tienen un talento natural, un don desde el inicio. No creo poseer ese tipo de don, he pencado, formo parte de la escuela de la perseverancia y del aprendizaje. Soy, más bien, un escritor analítico que poeta. Observo, describo, reflexiono sobre los hechos, sobre lo vivido. Mi arte no está hecho de inspiración, sino de observación, obstinación y reflexión… Antes que yo, muchos escritores habían tratado el tema del crimen y de las cárceles, pero lo hacían desde un punto de vista exterior, como entomólogos, con los valores de la sociedad. No hay bestia tan feroz ha sido el primer libro que ha tratado estos temas desde el punto de vista de un criminal, de un preso. Intentaba demostrar cómo un criminal veía el mundo, por qué actúa así y cuál es su percepción de los demás, de la justicia… Creo que lo he logrado. No he imaginado nada, he vivido ese tipo de situación.
-¿El personaje principal, Max Dembo, es usted al cien por cien?
Digamos que al 70% u 80%. Es un libro en el cual he intentado ser lo más honesto posible cara a mi personaje y a los temas que desarrollaba. Todo lo que le pasa por la cabeza a Max, sus sentimientos, sus pensamientos, sus reacciones, está rigurosamente basado en mi propia experiencia. Max ve algunas cosas con más objetividad que los jueces, los abogados o los escritores de thriller que no lo han vivido.
-Después de tanto tiempo pasado en la cárcel, es sorprendente mantener una visión tan clara y lúcida de la condición criminal y del sistema penal…
Pienso que toda persona intenta justificarse a posteriori, cada uno tiene sus razones para intentar explicar sus actos. Nadie es el Mal en su propia mente, todos estamos íntimamente persuadidos de tener razón. Finalmente, cada ser humano tiene necesidad de esto: estar en paz consigo mismo, encontrarle una justificación. Desde este punto de vista, los criminales son como todo el mundo. Dicho esto, también he visto criminales atormentados por los remordimientos, incapaces de superar su culpabilidad. Vi como un tío se arrancaba los ojos, sin duda a consecuencia de una educación católica muy estricta. Estaba en la cama de al lado, en el hospital de la cárcel, era terrible. Un ojo le colgaba de la órbita por un nervio, el otro se había caído entre las sábanas… ¡Hostia! Esas son cosas que no puedo olvidar y que utilizo en mis libros.
-Max mantiene una relación con una chica, pero usted evita cualquier sentimentalismo…
La vida de criminal no deja mucho sitio para el amor, una familia o hijos… Es demasiado rápida, intensa. Criminal es un trabajo de plena dedicación, y cuando digo de “plena dedicación”, es durante las veinticuatro horas del día. Willy, el amigo de Max, es un criminal fracasado porque tiene una familia. Tiene cada pie en un mundo diferente. Hay que elegir: o se es gángster, o un padre de familia honrado e integrado en la sociedad. Imposible ser ambas cosas al mismo tiempo. Max sabe que no tiene porvenir ninguno a largo plazo, ninguna seguridad que ofrecer, así que no le puede prometer nada a su chica. Rechazando toda la mierda de ingenuidad, es, simplemente, honesto.
Quinta parte de la entrevista con Edward Bunker realizada por Sergio Ramón Zárate y publicada en el número 4 de “Los Inrockuptibles”, mayo de 1992.