Empezaré
por el principio, que es por donde siempre hay que empezar. El
principio de esta historia comienza en mi estudio, de madrugada, hace
unas pocas semanas. Manolo Abad estaba a punto de publicar este libro "Ahora que ya somos solo silencio", su primer libro de poesía, y aquella misma
mañana me había enviado los poemas para conocer mi opinión. Le
agradecí el detalle porque aprecio a Manolo y porque él sabe que no
he perdido un ápice de esa inquietud lectora que a casi todas las
personas que escribimos nos atrapó siendo muy jóvenes. Pero esto,
como sabéis o podéis imaginar, también es un arma de doble filo y
una responsabilidad. Sobre todo, si el libro en cuestión no te
gusta. Tengo que decir que partía de una buena base: me gustan los
libros que Manolo ha escrito hasta la fecha, sus textos
periodísticos, esas colaboraciones en diferentes medios que llevo
leyendo desde hace años. Me gusta también su manera de entender y
posicionarse en el mundo, no importa que sea en un papel de periódico
o revista, en un libro o en una red social. Esa manera de hablar
claro y escribir con la pasión de quien tiene algo que contar y lo
va a contar caiga quien caiga y aunque se derrumbe el mundo, que,
viendo lo visto, cualquier día de estos se derrumbará al fin y nos
pillará, estoy seguro, escribiendo. O protestando contra alguna de
esas injusticias que nunca faltan, que también puede ser.
Pero
vayamos a lo que hoy nos ocupa, los poemas. Leí aquella madrugada
este puñado de poemas y sentí de inmediato lo que siempre espero de
un buen poemario. Nudo en la garganta. Inquietud. Temblor. Cierto
desasosiego. Todas esas sensaciones que llevan implícitas las
miserias y las grandezas de las que somos capaces los seres humanos.
Cuando respiramos, cuando reflexionamos, cuando tomamos una decisión,
cuando amamos. Manolo había escrito sobre el amor. Hay muchas clases
de amor, ya lo sabemos. El amor que te eleva, que te machaca, que te
deja sin palabras, que te hace aullar por una calle desierta o
repleta de gente, por una playa, por un acantilado, por un bosque. El
amor después del amor. El desamor. El amor sin vuelta atrás. El
amor erosionado, devastado, agotado. Todo ese vacío. El amor
enredado en la música, como no podía ser de otra forma viniendo de
un autor que tanto ha disfrutado con ella, que tanto ha escrito sobre
ella. De esa clase de amor trataban aquellos poemas. Estos poemas,
desgarrados y brillantes, atravesados por una música interior que da
sentido al sinsentido de la derrota. También trataban del silencio,
como apunta el magnífico título, en el que se convierte a veces el
amor. De ese silencio sobrecogedor, “cercano a la muerte”, por
utilizar una expresión de Marguerite Duras, que tanto habló del
amor y a la que tanto seguimos queriendo. De ese silencio que,
después del amor, de agotar todas sus posibilidades, vueltas y más
vueltas, transforma a sus protagonistas en seres casi
fantasmagóricos. Dos amantes que, ya por separado, como en el final
de una película o una balada triste, se pierden en la niebla, en la
oscuridad, en lo más denso del bosque, en lo más profundo del
silencio. Dos amantes que se quedan, ya para siempre, a la
intemperie. Con sus reproches, con sus cicatrices, con sus tiras y
aflojas, con sus recuerdos. Con todo ese bagaje emocional.
Y
sin embargo, pese a ese frío que corta en cada poema, queda
reflejada la experiencia vivida de esos dos amantes, que pudimos ser
usted y yo, que podemos ser usted y yo. Y queda la sonrisa, esa
sonrisa que ni el miedo ni el dolor ni la pérdida borrará de
nuestros labios. “Sonreír”, escribe Manolo, “a tantos adioses/
a tantos silencios/ a todo el vacío”.
Queda
un poemario fabuloso que os animo a leer. El poemario de un hombre
que sabe de qué va todo esto. Y, aún con rasguños y libre de
ataduras, nos los muestra con estremecimiento y desnudez.
OVIDIO PARADES