jueves, 19 de diciembre de 2019

Ovidio Parades escribe sobre "Ahora que ya somos solo silencio"




Empezaré por el principio, que es por donde siempre hay que empezar. El principio de esta historia comienza en mi estudio, de madrugada, hace unas pocas semanas. Manolo Abad estaba a punto de publicar este libro "Ahora que ya somos solo silencio", su primer libro de poesía, y aquella misma mañana me había enviado los poemas para conocer mi opinión. Le agradecí el detalle porque aprecio a Manolo y porque él sabe que no he perdido un ápice de esa inquietud lectora que a casi todas las personas que escribimos nos atrapó siendo muy jóvenes. Pero esto, como sabéis o podéis imaginar, también es un arma de doble filo y una responsabilidad. Sobre todo, si el libro en cuestión no te gusta. Tengo que decir que partía de una buena base: me gustan los libros que Manolo ha escrito hasta la fecha, sus textos periodísticos, esas colaboraciones en diferentes medios que llevo leyendo desde hace años. Me gusta también su manera de entender y posicionarse en el mundo, no importa que sea en un papel de periódico o revista, en un libro o en una red social. Esa manera de hablar claro y escribir con la pasión de quien tiene algo que contar y lo va a contar caiga quien caiga y aunque se derrumbe el mundo, que, viendo lo visto, cualquier día de estos se derrumbará al fin y nos pillará, estoy seguro, escribiendo. O protestando contra alguna de esas injusticias que nunca faltan, que también puede ser.
Pero vayamos a lo que hoy nos ocupa, los poemas. Leí aquella madrugada este puñado de poemas y sentí de inmediato lo que siempre espero de un buen poemario. Nudo en la garganta. Inquietud. Temblor. Cierto desasosiego. Todas esas sensaciones que llevan implícitas las miserias y las grandezas de las que somos capaces los seres humanos. Cuando respiramos, cuando reflexionamos, cuando tomamos una decisión, cuando amamos. Manolo había escrito sobre el amor. Hay muchas clases de amor, ya lo sabemos. El amor que te eleva, que te machaca, que te deja sin palabras, que te hace aullar por una calle desierta o repleta de gente, por una playa, por un acantilado, por un bosque. El amor después del amor. El desamor. El amor sin vuelta atrás. El amor erosionado, devastado, agotado. Todo ese vacío. El amor enredado en la música, como no podía ser de otra forma viniendo de un autor que tanto ha disfrutado con ella, que tanto ha escrito sobre ella. De esa clase de amor trataban aquellos poemas. Estos poemas, desgarrados y brillantes, atravesados por una música interior que da sentido al sinsentido de la derrota. También trataban del silencio, como apunta el magnífico título, en el que se convierte a veces el amor. De ese silencio sobrecogedor, “cercano a la muerte”, por utilizar una expresión de Marguerite Duras, que tanto habló del amor y a la que tanto seguimos queriendo. De ese silencio que, después del amor, de agotar todas sus posibilidades, vueltas y más vueltas, transforma a sus protagonistas en seres casi fantasmagóricos. Dos amantes que, ya por separado, como en el final de una película o una balada triste, se pierden en la niebla, en la oscuridad, en lo más denso del bosque, en lo más profundo del silencio. Dos amantes que se quedan, ya para siempre, a la intemperie. Con sus reproches, con sus cicatrices, con sus tiras y aflojas, con sus recuerdos. Con todo ese bagaje emocional.
Y sin embargo, pese a ese frío que corta en cada poema, queda reflejada la experiencia vivida de esos dos amantes, que pudimos ser usted y yo, que podemos ser usted y yo. Y queda la sonrisa, esa sonrisa que ni el miedo ni el dolor ni la pérdida borrará de nuestros labios. “Sonreír”, escribe Manolo, “a tantos adioses/ a tantos silencios/ a todo el vacío”.
Queda un poemario fabuloso que os animo a leer. El poemario de un hombre que sabe de qué va todo esto. Y, aún con rasguños y libre de ataduras, nos los muestra con estremecimiento y desnudez.
OVIDIO PARADES