Vinilo Azul. -
“Adiós al Paraíso”
Hace unas fechas, cerraba
tras cuatro años de existencia el Café Paraíso, uno de esos
locales que consiguen hacerse un hueco en nuestro corazón. Uno de
esos establecimientos que consiguieron que nuestro café, nuestro
vino o, incluso, nuestra copa se conviertan en algo familiar. ¡Qué
mejor que sentirse como en nuestra propia casa! Escuchar la música
que, probablemente, nos habríamos puesto en nuestro domicilio, pero
sin necesidad de pensar en elecciones, en buscar un disco entre
nuestra colección. Una conversación -ligera o profunda- sobre algún
tema, ciclismo, meteorología o música, o la misma vida. ¡Incluso
una partida de ajedrez como las que jugaba Alex del Serie B con Jesús
Colino, dueño del establecimiento! Enroscado en una calle tan
particular como la Paraíso, con los sonidos del Conservatorio
desafiando la quietud de la tarde, el Café Paraíso marcó pronto su
particular territorio de enclave personal donde huir de todo.
Lugares como el Café
Paraíso se instalan en nuestra memoria como un recuerdo de buenos
momentos, de instantes intangibles sin fecha ni orden. Sí, de
acuerdo, afloran los días en que me grabaron entrevistas para
programas televisivos como “El Club Musical” o “Pieces”, pero
más son los momentos en que Jesús me servía un vino de Toro
mientras Fran Elías me pasaba un nuevo trabajo de sus Traveling Zoo
o que Ella y yo dejábamos nuestros ojos flotar, frente a frente,
tratando de detener el tiempo sin importarnos nada más que ese día
a esa hora, un día y una hora que hoy es sólo niebla irrecuperable
en mi memoria.
En el Paraíso te sentías
bien, al contemplar las estanterías repletas de discos de grupos
asturianos o de discográficas asturianas, también de libros de
escritores de aquí, algún fanzine... Entrabas en un mundo
diferente, bien alejado de las urgencias de otros locales donde
parece exigirse un tiempo de permanencia, donde todo parece
amonestarnos y herirnos. Allí permanecía la posibilidad de quedarse
siempre, de ser bienvenido y bien hallado, de detener el reloj.
También de encontrarse con alguna sorpresa, ya fuera en forma de
presentación o de sesiones musicales, o, incluso, de disfrutar de
una retransmisión ciclista con tertulianos de altos vuelos.
Cuando se cierran
establecimientos como el Café Paraíso, somos conscientes de la
pérdida que suponen para la ciudad, para “nuestra” ciudad, esa
que labramos a través de las sombras que perseguimos, como un
recorrido invisible donde tratamos de encontrarnos, como cantaba
Adrian Borland en aquella vieja canción de The Sound “Hothouse”,
que firmó honrando al mítico Marquee, sala de conciertos
londinense.
Cerró el Paraíso sus
puertas y con él se nos va una pequeña historia de nuestras vidas
agridulces. Nos queda la esperanza de que, en cualquier otro enclave,
volveremos a ver la barba de Colino tras la barra, descorchando para
nosotros una botella de un vino de Toro que sólo encontrarás en su
local. Esperemos que sea pronto y que nos haga sentir en tan buena
armonía como lo hizo en estos cuatro años de una existencia intensa
y memorable.
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El comercio" el domingo 10 de julio de 2016