Morphine, el doloroso arte de la seducción
Texto: Manolo D. Abad
Publicado en Ruta 154 octubre 1999.
La inesperada desaparición de Mark Sandman, fallecido el
pasado verano sobre un escenario, hace inevitable este repaso a un
trío irrepetible como fascinante.
«El tiempo hace justicia y pone todas las cosas en su sitio»
(Voltaire)
Les descubrí en un video que emitía MTV. A través de la
pantalla pude contemplar agobiantes imágenes de claroscuros en
riguroso blanco y negro, la sombra de los resortes de un ascensor,
una voz seductora filtrada por el sinuoso ritmo de un bajo ‘’good,
good, good’’. Muchos meses después, el grupo asturiano Hi-Fi
teloneaba casi con idénticas armas -en este caso no había saxo,
sólo percusión/bajo/voz- a otro grupo bostoniano: Come. Su bajista
se empeñó aquella noche en discutir el adjetivo ‘’cool’’
como definitorio de Morphine o, más en concreto, de Mark Sandman.
Polly Jean Harvey escoge el calificativo ‘’sexy’’ para este
revulsivo suspendido entre el rock y el jazz, tan lejos de cualquier
etiqueta que el reto de definirles parece tarea de titanes
infiltrados entre la atmósfera que separa el sonido exhalado por el
saxo y el extraido por el bajo, mientras una batería dibuja
atrayentes ritmos. Todo ello en un clima narcótico donde pierde
sentido cualquier asidero previo, cualquier consideración
apriorística sobre la naturaleza de lo que escuchamos.
¿Dónde se oculta el eslabón perdido del que surge Morphine?
Resulta complejo escrutar lo sucedido entre el final de un grupo
llamado Treat Her Right -una correcta banda rock donde tocaban
Sandman y Conway- y el inicio de este espeluznante paseo por
territorios de luces tenues, no se sabe si en un atardecer
premonitorio de grandes emociones o en la agobiante chispa de un
atardecer, indeseado final de una agotadora carrera en busca de
promesas rotas. Estamos pues ante un grupo de rock abisal llamado
Morphine, pues sólo en las profundidades del esquema tradicional del
rock se puede rastrear un origen producto de un creador genial, un
auténtico compositor de algo que quizás otros soñaron, un viaje
submarino de muchas leguas marinas en el que la paz espiritual es
sólo una de las múltiples emociones sugeridas, y, desde luego,
anheladas por muchos.
PRIMERAS NOTICIAS
Las primeras noticias de un trío llamado
Morphine se tienen a principios de 1990 en Cambridge, Massachusetts.
Mark Sandman (bajo de dos cuerdas, voz, ‘’tritar’’, guitarra,
órgano) y Billy Conway (batería) habían coincidido en Treat Her
Right -su música puede escucharse en el recopilatorio «This Is Fort
Apache»-, mientras Dana Colley (saxos varios) procedía de Three
Colors. Hasta 1992 no habrá muestras sonoras palpables del talento
de este trío en las cercanía de Boston.
El álbum de presentación, titulado «Good», contiene las
primeras maniobras de un grupo que es un estilo en sí mismo, algo
tan difícil como inusual, un proyecto sonoro que logra no dejar
indiferente a quien lo escucha. Entre las doce canciones de este
primer elepé aún se adivina cierta falta de cohesión, lo cual no
es óbice para que se encuentren sin dificultad motivos de regocijo
ante creadores apasionantes. El seductor feeling de «You look like
rain», balanceada a través de la calidez del saxo; el instrumental
«Lisa», un solo de saxo que parece una especie de homenaje a la
pizpireta hermana de Bart Simpson; la hipnótica «The only one»; el
misterioso tema «The other side», con un embriagador saxo; la
presión sostenida en el redoble de caja de «Test-tube baby/Shoot’em
down»; la taciturna «The saddest song», son sólo algunos de los
ejemplos contenidos en un álbum debut donde ya se adivinaban las
virtudes que harían de Morphine un punto de referencia en la
ascensión del rock alternativo a principios de los 90.
Un sonido emocional, oscuro, sugerente, intenso, emanaba de su
repertorio y los primeros reconocimientos -como, por ejemplo, el
«álbum independiente del año» en los premios de la música de
Boston- comenzaban a llegar. Morphine desarman los tópicos,
transgreden las normas con tan apacible naturalidad que cualquiera
podría caer en la tentación de creer que lo suyo es algo fácil.
Coser y cantar…
Sin embargo, hasta que se publica «Cure For Pain», su segunda
entrega, las intuiciones no habían alcanzado esa fiabilidad que el
nuevo elepé otorga. Constituye una prueba definitiva no sólo de su
talento, sino de las posibilidades de su singular estilo. Es entonces
cuando la enigmática figura de Mark Sandaman pasa a ser el centro de
atención de aquellos interesados en desvelar los misterios ocultos
en las crípticas texturas del trío de Massachusetts. ¿Qué importa
que Sandman condujese un taxi, trabajase por diversos estados
norteamericanos o que viajase en barco? El líder de Morphine elude
una comparación que nos llevaría, a todos los aficionados a la
novela negra, a situar su nombre al lado de Jim Thompson. Pero, antes
de que la caza de brujas pueda alcanzarles, Morphine refuerzan su
propia entidad con nuevos argumentos.
Para «Cure for pain», la canción, Sandman se inspiró en una
foto en la que se veía a varios políticos bebiendo champán y
brindando por vencer en su batalla contra las drogas. Sutil e
irónico, lúcido pero realista, misterioso pero desprovisto de la
glamourosa luminosidad de las estrellas rockeras, el atractivo surge
de la propia inteligencia con que saben expresar tantos matices.
«Thursday» es un relato negro envuelto en un bajo opresivo al que
suman saxos tanto o más aplastantes que los sonidos transmitidos por
las dos cuerdas. «Por supuesto que el dolor es disfrutable», afirma
Sandman, dándole la vuelta a la tortilla del placer y el dolor. En
«Cure for pain» suena sarcástico pero victorioso: «Cuando haya
una cura para el dolor, ese será el día que tiraré las drogas».
«El amor es la mejor de las drogas», declara. «Todos somos
diferentes, únicos. Algunos quieren enamorarse durante un mes, tener
a alguien cerca y luego dejarlo. Decir que estaban equivocados y
abandonar». Tantas explicaciones llegan a cansar y la opción es
permanecer en lo alto de una torre de márfil manteniendo cierta
distancia con respecto al hecho creativo en sí. «Me gusta la
consistencia. Estoy en mi intimidad y no me enamoro fácilmente»,
dice Sandman. Puedo compartir esa sensación, Mark, te lo aseguro.
El caso es que cinco canciones de «Cure For Pain» forman parte
del filme independiente «Spanking The Money», película aplaudida
en el Sundance Festival de 1993, lo que también ayuda a expandir su
encanto. «Mary won’t call my name?» coquetea próxima al feeling
del jazz, lo mismo que ese estremecedor homenaje que es «Miles Davis
funeral». Por su parte, «Buena», es el ejemplar sobresaliente para
la captación de cualquier duro de oído. Las perlas corresponden a
la preciosa «Candy», inocencia descrita en un tema excelente, y a
la inaudita «In spit of me», donde el despecho consigue resolverse
sin un sólo viento. Sonando confidencial e íntimo, desprovisto del
saxo, este último tema encuentra otro rumbo para demostrar el
talante de exploradores en busca de nuevas experiencias.
GIRA MUNDIAL
La consecuencia es inmediata: gira mundial por
dieciséis países, hasta la llegada en 1995 de «Yes», la rotunda
confirmación de un proyecto que está explotando todas y cada una de
las posibilidades de un estilo propio, irrepetible. Han ganado la
batalla, es difícil que sus propios experimentos puedan ya
considerarse un testimonio aislado, pues hay ya un crisol de
sensaciones que van en aumento a cada nueva canción. «La
comunicación entre tres personas favorece muchas cosas. Propicia una
mayor energía y fluidez. No necesitamos guitarras ni teclados,
podemos irnos por la tangente en cuanto queramos. Algunas canciones
no tienen arreglos terminados, o sea que, cuando estamos en directo,
se puede decir que funcionamos a nivel telepático», confesaba
Sandman en una entrevista de 1994, publicada en RUTA 98. Asimismo le
gustaba decir que en su música había espacios abiertos suficientes
como para que el oyente encontrará sus propios caminos y respuestas,
satisfaciera sus propias necesidades físicas y espirituales.
Superada la prueba de los rigores que los tours mundiales
acostumbran a imponer en los menos preparados para ellos, Morphine no
sólo han llegado a la madurez, sino que se encuentran en plena
gloria, con sus capacidades al máximo de rendimiento. Por primera y
única vez prescinden del breve e inquietante prólogo instrumental
para mostrar de salida una fuerza sin paliativos: «Honey white», un
tema donde todo el grupo brilla desde el hallazgo de un estribillo
-que conjuga la faceta oscura y obsesiva con unos vientos supremos-
rematando una canción irresistible, uno de esos singles por los que
tantos cazatalentos hubieran dado la vida. Ahondando en este
fenomenal álbum de afirmativo título descubrimos el potencial de
canciones como «Super sex», donde Sandman, casi recitando, logra
ensamblar los elementos de la seducción con los fantasmas que giran
alrededor de muchas relaciones sexuales
(rock’n’roll-discoteca-whisky-cigarrillos-taxi-hotel).
La capacidad de síntesis se sumerge en el lado oscuro y allí
sobresalen sin dificultad el sombrío y amargo «I had my chance»,
la inquietante «The jury», la experimental y frenética «Sharks»,
la romántica desnudez de la historia de desamor que es «Gone for
good» -donde ‘’tritar’’ y voz resuelven el asunto con
brillantez y sin problemas- o la torturada «Free love». «Amor
libre… ¿qué es eso?», se oye en esta última. Son preguntas cuya
única respuesta la ofrece un saxo desaforado, un bajo crujiente, una
dinámica batería. Una vía austera pero más clarividente que todas
las superproducciones del mundo. El antídoto definitivo a la
sobresaturación tecnológica, un paseo por los terrenos donde la
instrumentación natural, y las vibraciones del cuerpo, se imponen al
tecnicismo simplista que resuelve sin problema cualquier atisbo de
duda compositiva.
Estamos ante la destilación de un estilo donde los estereotipos
pierden fuerza, aunque una relación turbia descrita por Patricia
Highsmith en sus «Relatos Misóginos» podría resultar la más
certera para encontrarles imágenes. Los voluntarios en ese terreno,
el de la literatura vertida al cine, son legión y las relaciones de
Morphine con la industria cinematográfica se intensifican: la
magnífica «Beautiful girls», de Ted Demne, les busca un hueco para
un tema que curiosamente no saldrá en el disco de la banda sonora;
«Cosas que Hacer En Denver Cuando Estás Muerto», «Malas
Compañías», «Get Shorty» y «Postales Desde América», son
otros de los largometrajes beneficiarios de su capacidad de
sugestión.
TOCANDO TECHO
Los grandes festivales se los rifan: Glastonbury,
Reading y Roskilde les acogen, durante 1995, con los brazos abiertos.
Lo mismo les ocurrirá al llegar a Boston, donde reciben el galardón
de sus conciudadanos, ese que augura popularidad a tu vida cotidiana.
La pregunta es obligada: ¿han tocado techo tras «Yes»? En
«Scratch» responden a esta cuestión: «Una vez estuve sentado en
la cima del mundo, tenía realmente cosas entre manos, pero algo
empezó a ir mal. No sé bien el qué y ahora estoy sentado en casa
solo…». Las canciones pueden explicar por si solas muchas de las
inquietudes de un artista. Pero no, claro, el techo no tiene porque
tener límites, aunque todos sepamos que no es infinito. Si uno agota
sus posibilidades es por la mencionada falta de madurez que impide
saber asimilar la gloria en bocanadas y no a lo bestia.
Y así, manteniendo la respiración correcta, braceando con la
sincronía adecuada, es como llegamos a «Like Swimming», aparecido
en 1997. El aire desértico, un aroma a droga africana, se percibe
desde el instrumental «Lilah». «Early to bed» posee esa
rotundidad necesaria para ser el tema de enganche a las masas y un
nuevo experimento, ya que son los teclados quienes se incorporan -de
una manera aún tímida pero efectiva- al conjunto, que se muestra
bien engrasado y con múltiples opciones. Emergen ejercicios cercanos
a las texturas jazzy («Whishing well»), obsesiones de aplastante
resolución conectadas directamente con la serie negra («Murder for
the money», «Eleven o’clock»), más crímenes («Hanging on a
curtain»), culpabilidad («Empty box») o el ya clásico movimiento
en el que se prescinde del saxo para alcanzar cimas minimalistas pero
de extraordinario poder de atracción («Swing it low»). Todo un
muestrario de las múltiples posibilidades de unos creadores en
estado de gracia, en fase de plena consagración.
Para rematar el regocijo, sus adictos -sólo esos podrían ser sus
fans- reciben a continuación el regalo de una acertada, y por
momentos sorprendente, recopilación. «B-sides And Otherwise»
explora en las profundidaes del grupo para rescatar pasmosas piezas
con las que completar el alucinatorio retrato de una de las más
peculiares formaciones que han invadido el repetitivo y conservador
universo rock. Desde el dinamismo de «Mile high» a la orfebrería
guitarrera de la eminente «Bo’s veranda», pasando por las
atmósferas cargadas de imágenes distorsionadas de la pesadillesca
«Down love’s tributaries» o las narcóticas «Kerouac», «Mail»
y «My brain». Una compilación para auténticos devotos de
Morphine. «Juegos Salvajes» será su penúltimo coqueteo con el
cine, filme donde vuelven a resultar tan reveladores como de
costumbre…
Como un extraño rito de amor, la historia de Morphine tiene un
final agridulce. Pendiente aún de publicarse su nuevo álbum, Mark
Sandman muere en plena actuación en Palestrina, cerca de Roma,
desplomándose ante el público -unas 2.000 personas- tras haber
tocado cuatro canciones. Interpretado como un gesto escénico del
líder de Morphine, esos minutos sin duda resultaron trascendentales
para no poder recuperarle del ataque cardíaco que había sufrido.
Queda la música de un grupo visionario que se adelantó al nuevo
milenio pero no pudo seguir creciendo.
Aunque muy posiblemente veamos alguna colección más de
grabaciones conocidas e inéditas, el trío inevitablemente
desaparece con su cabeza, ese «bohemio a la vieja usanza que se
deleitaba en injuriar lo moderno», como le definió un amigo. Para
él, se acabó el dolor.