ELLIOTT MURPHY
Teatro Filarmónica, Oviedo.
Viernes, 23 de octubre de 2009.
El destino pone a prueba, muchas veces, la determinación de los artistas. Su paciencia. Superadas sus jugarretas, el autor resurge en su propio ámbito, en ese sitio donde puede llegar a brillar con más luz.
Tras tantas idas y venidas, Elliott Murphy ha alcanzado a sus 60 años esa privilegiada posición donde no importan los devaneos del pasado, sino apurar cada segundo del presente. Lo veo cuando a los veinte minutos de concierto en el teatro Filarmónica ya se ha ganado a un público tan frío como el ovetense, con perlas como «Black crow» o el monumental «Green River».
Los recuerdos de veladas mágicas se encienden, como aquella noche en que se pasó por el Blackberry de Floro y nos entregó un postconcierto especial para un grupo de privilegiados que jamás olvidaremos lo que pudimos ver y oír aquella noche. Pero eso es pasado y el norteamericano se aplica en mirar hacia adelante, con el pulso firme de un «superbe» Olivier Durand a la guitarra, su habitual escudero.
Sugerir la anécdota de sus dos giras japonesas donde al público que pretende ponerse en pie se le insta a sentarse y levantar a un teatro lleno otorgando honores a un grande como él, es todo uno. Y el torrente de emociones no se detiene en la hora y cuarenta y cinco minutos que entrega, recalando en sus últimas «A Touch of Kindness» o «And General Robert E. Lee». El obligado bis, con ese final desnudo, sin amplificación, consiguiendo que el personal le acompañase en los coros, es uno de esos momentos que un milenario de las actuaciones como el que suscribe enmarcará para siempre. Clase. Mucha clase.
La foto es de René Suárez. Publicado en el periódico "La Nueva España" el domingo 25 de octubre de 2009.
Tras tantas idas y venidas, Elliott Murphy ha alcanzado a sus 60 años esa privilegiada posición donde no importan los devaneos del pasado, sino apurar cada segundo del presente. Lo veo cuando a los veinte minutos de concierto en el teatro Filarmónica ya se ha ganado a un público tan frío como el ovetense, con perlas como «Black crow» o el monumental «Green River».
Los recuerdos de veladas mágicas se encienden, como aquella noche en que se pasó por el Blackberry de Floro y nos entregó un postconcierto especial para un grupo de privilegiados que jamás olvidaremos lo que pudimos ver y oír aquella noche. Pero eso es pasado y el norteamericano se aplica en mirar hacia adelante, con el pulso firme de un «superbe» Olivier Durand a la guitarra, su habitual escudero.
Sugerir la anécdota de sus dos giras japonesas donde al público que pretende ponerse en pie se le insta a sentarse y levantar a un teatro lleno otorgando honores a un grande como él, es todo uno. Y el torrente de emociones no se detiene en la hora y cuarenta y cinco minutos que entrega, recalando en sus últimas «A Touch of Kindness» o «And General Robert E. Lee». El obligado bis, con ese final desnudo, sin amplificación, consiguiendo que el personal le acompañase en los coros, es uno de esos momentos que un milenario de las actuaciones como el que suscribe enmarcará para siempre. Clase. Mucha clase.
La foto es de René Suárez. Publicado en el periódico "La Nueva España" el domingo 25 de octubre de 2009.