Al parecer habían rescatado los cuerpos, el de Moose y el de Curly. Pero nadie estaba interesado en Moose, mientras que sí lo estaban, y mucho, en Curly. Y la gente que estaba interesada en él era su propia familia, una de las mejores familias del sur. Sabían, naturalmente, que no era bueno; de hecho, le habían pagado para que se fuera. Pero el muchacho seguía siendo "familia" -parte de los otros- y querían que se ahorcara a su asesino.
-Así que aquí estoy, comisario...- Barnes se esforzaba por sonreír -. Puede que no estemos completamente de acuerdo en todo, pero, bueno, no soy hombre rencoroso y estoy seguro que ninguno de los dos quiere que haya un asesino suelto.
-Tenga por seguro que yo no -contesté-. Si veo a cualquier asesino que ande suelto, lo detendré y lo meteré en la cárcel.
-Perfecto. De modo que si usted me dice el nombre del que mató a Curly...
-¿Yo? -dije-. Yo no sé quién lo mató. Si lo supiera, lo detendría y lo metería...
-¡Comisario! Usted sí sabe quién lo mató. Lo ha admitido.
-Yo no. Usted, no yo, fue quien dijo que yo lo sabía.
Encogió la boca otra vez e hizo lo propio con los ojos. Con aquella nariz en forma de anzuelo, su cara parecía un banco de arena con tres terrones y un arado surcándolo.
Jim Thompson. "1280 almas" (Zona Negra, 2007).