Noche Blanca. Oviedo.
Contemplando cómo los mierenses Helltrip socavaban los cimientos de un lugar pleno de solemnidad como el Palacio de Toreno, a uno le dio por recordar que tan sólo hacía cinco años en esta ciudad estaba prohibido cualquier tipo de concierto. Oviedo ha ido levantándose, desperezándose de aquel letargo de doce meses, pero aún falta mucho. Es como la recuperación de una zona catastrófica: volver a fidelizar a un público masivo no es algo que suceda de la noche a la mañana. Y, mientras tanto, el cuarteto mierense demostrando con esa contundencia fuera de toda duda que lo suyo merece nuestra aprobación. Punk-rock que sabe aunar la contundencia guitarrera con el buen sabor de los estribillos, una propuesta que recupera aromas perdidos en el underground estatal de finales de los 80, y en los albores estadounidenses de lo que luego se maltrató con la etiqueta "alternativo". De los geniales Screaming Trees o Sugar a los vascos Clavos, hay un territorio por explorar donde los mierenses –uniformados con sus camisas rojas- encuentran petróleo o cualquiera que sea el elixir mágico del rock. La duplicidad de horarios nos deja con la palabra en la boca, a la busca del Teatro de Pumarín, tan recoleto como sorprendente espacio donde ya están desplegando sus armas Elle Belga cuando llegamos. En formato trío, con la adición del siempre esencial Pedro Vigil a los bajos y guitarras, el binomio gijonés Josele-Fanny me deja petrificado con una propuesta acertada e inusual. Un intimismo donde la voz de Fanny dibuja nuevos trazos a viejas canciones como "Que no venga la mora" de Paco Ibáñez o a una espeluznante visión del "Sol" de Manta Ray. Su repertorio propio no desmerece en personalidad y clase. Y el final –toda una declaración de principios- también con el enorme Ibáñez de nuevo ("Juventud divino tesoro") redondea uno de esos conciertos para enmarcar. No lo tenían fácil Burbujas y Seres Despreciables, pero no desmerecieron en absoluto. Antes al contrario, con ese rock esquizoide que recupera a las históricas Hornadas Irritantes (Derribos Arias, Polansky y el Ardor) y las conecta con el afterpunk más arty (The Fall, Wire), sin desdeñar a Nick Cave, Kim Salmon, y un montón más de influencias muy bien asimiladas (El Columpio Asesino la más cercana de todas). Aún me pregunto por qué aún no hay un miserable disco suyo que llevarse al oído. El público, al que han conseguido levantar de sus asientos para el tramo final, seguro que se plantea los mismos interrogantes.
No hemos podido ver a un Pablo Valdés al que disfrutaremos en las Jornadas Literarias de Pravia y llegamos cuando Pablo Moro muestra que se puede ser profeta en la propia tierra. Esa extraña melancolía de cantautor rockero deja satisfecha a la multitud con la certeza de que Pablín, Pablo, es un valor seguro para esa generación perdida que hacía botellón en el perímetro de la Plaza de Trascorrales. Y, tras él, llegaba el momento más emocionante de la noche: Los Mancos. El tiempo nos ofrece la lección del reencuentro para reivindicar un pasado al que, en su día, no se hizo justicia. La idea planea desde el primer acorde, observando las evoluciones de un enorme Iván Vallina a la guitarra que consigue que recuerde las palabras de Ian McCulloch cuando Echo & The Bunnymen se reunieron sobre su guitarrista Will Sergeant: era tan bueno que nunca se lo creyó hasta que acabamos por convencerle de su valía. ¡Cómo pudimos obviar a un grupo con tanto que decir! Ahora, que hay déficit de canciones, de una actitud y presencia escénica como la de Javi Otero, de un guitarra completo como Vallina, de un grupo, en definitiva, como Los Mancos que dejó tantas páginas por escribir, las preguntas no cesan. El remate con "Los chicos hoy (no tenemos nada que hacer)" fue la excusa perfecta para desempolvar su segundo álbum. Instantes para coger aire en la vecina plaza del Sol donde los muertos vivientes de la nueva generación nocturna hacían cola para abrevar, indiferentes a cualquier manifestación cultural. Territorio a recuperar por grupos como Saüze, bien alejados de la ortodoxia metalera. Y desafiando aún más los límites establecidos, los enormes Xera que abren vías de épica y sentimientos desmesurados en los límites de un folk asturiano al que el grupo –en quinteto- aporta nuevas vías, nuevos estimulantes matices que les hacen aún más grandes. Veo a Felechosa, el concejal de cultura ovetense, y al comentar sobre la sonoridad de la plaza evito recordar, con diplomacia, que muy cerca, en la calle Paraíso, se esconde el lugar soñado para que la cultura de esta ciudad despegue hasta recuperar un esplendor que casi pareció revivir en esta bella iniciativa de la Noche Blanca. A seguir así.
Contemplando cómo los mierenses Helltrip socavaban los cimientos de un lugar pleno de solemnidad como el Palacio de Toreno, a uno le dio por recordar que tan sólo hacía cinco años en esta ciudad estaba prohibido cualquier tipo de concierto. Oviedo ha ido levantándose, desperezándose de aquel letargo de doce meses, pero aún falta mucho. Es como la recuperación de una zona catastrófica: volver a fidelizar a un público masivo no es algo que suceda de la noche a la mañana. Y, mientras tanto, el cuarteto mierense demostrando con esa contundencia fuera de toda duda que lo suyo merece nuestra aprobación. Punk-rock que sabe aunar la contundencia guitarrera con el buen sabor de los estribillos, una propuesta que recupera aromas perdidos en el underground estatal de finales de los 80, y en los albores estadounidenses de lo que luego se maltrató con la etiqueta "alternativo". De los geniales Screaming Trees o Sugar a los vascos Clavos, hay un territorio por explorar donde los mierenses –uniformados con sus camisas rojas- encuentran petróleo o cualquiera que sea el elixir mágico del rock. La duplicidad de horarios nos deja con la palabra en la boca, a la busca del Teatro de Pumarín, tan recoleto como sorprendente espacio donde ya están desplegando sus armas Elle Belga cuando llegamos. En formato trío, con la adición del siempre esencial Pedro Vigil a los bajos y guitarras, el binomio gijonés Josele-Fanny me deja petrificado con una propuesta acertada e inusual. Un intimismo donde la voz de Fanny dibuja nuevos trazos a viejas canciones como "Que no venga la mora" de Paco Ibáñez o a una espeluznante visión del "Sol" de Manta Ray. Su repertorio propio no desmerece en personalidad y clase. Y el final –toda una declaración de principios- también con el enorme Ibáñez de nuevo ("Juventud divino tesoro") redondea uno de esos conciertos para enmarcar. No lo tenían fácil Burbujas y Seres Despreciables, pero no desmerecieron en absoluto. Antes al contrario, con ese rock esquizoide que recupera a las históricas Hornadas Irritantes (Derribos Arias, Polansky y el Ardor) y las conecta con el afterpunk más arty (The Fall, Wire), sin desdeñar a Nick Cave, Kim Salmon, y un montón más de influencias muy bien asimiladas (El Columpio Asesino la más cercana de todas). Aún me pregunto por qué aún no hay un miserable disco suyo que llevarse al oído. El público, al que han conseguido levantar de sus asientos para el tramo final, seguro que se plantea los mismos interrogantes.
No hemos podido ver a un Pablo Valdés al que disfrutaremos en las Jornadas Literarias de Pravia y llegamos cuando Pablo Moro muestra que se puede ser profeta en la propia tierra. Esa extraña melancolía de cantautor rockero deja satisfecha a la multitud con la certeza de que Pablín, Pablo, es un valor seguro para esa generación perdida que hacía botellón en el perímetro de la Plaza de Trascorrales. Y, tras él, llegaba el momento más emocionante de la noche: Los Mancos. El tiempo nos ofrece la lección del reencuentro para reivindicar un pasado al que, en su día, no se hizo justicia. La idea planea desde el primer acorde, observando las evoluciones de un enorme Iván Vallina a la guitarra que consigue que recuerde las palabras de Ian McCulloch cuando Echo & The Bunnymen se reunieron sobre su guitarrista Will Sergeant: era tan bueno que nunca se lo creyó hasta que acabamos por convencerle de su valía. ¡Cómo pudimos obviar a un grupo con tanto que decir! Ahora, que hay déficit de canciones, de una actitud y presencia escénica como la de Javi Otero, de un guitarra completo como Vallina, de un grupo, en definitiva, como Los Mancos que dejó tantas páginas por escribir, las preguntas no cesan. El remate con "Los chicos hoy (no tenemos nada que hacer)" fue la excusa perfecta para desempolvar su segundo álbum. Instantes para coger aire en la vecina plaza del Sol donde los muertos vivientes de la nueva generación nocturna hacían cola para abrevar, indiferentes a cualquier manifestación cultural. Territorio a recuperar por grupos como Saüze, bien alejados de la ortodoxia metalera. Y desafiando aún más los límites establecidos, los enormes Xera que abren vías de épica y sentimientos desmesurados en los límites de un folk asturiano al que el grupo –en quinteto- aporta nuevas vías, nuevos estimulantes matices que les hacen aún más grandes. Veo a Felechosa, el concejal de cultura ovetense, y al comentar sobre la sonoridad de la plaza evito recordar, con diplomacia, que muy cerca, en la calle Paraíso, se esconde el lugar soñado para que la cultura de esta ciudad despegue hasta recuperar un esplendor que casi pareció revivir en esta bella iniciativa de la Noche Blanca. A seguir así.
La foto de Javi Otero (Los Mancos) es de Pablo Lorenzana.
Artículo publicado en el periódico "La Nueva España" del 5 de octubre de 2009. http://www.lne.es/sociedad-cultura/2009/10/05/despertando-ciudad-dormida/816793.html
Artículo publicado en el periódico "La Nueva España" del 5 de octubre de 2009. http://www.lne.es/sociedad-cultura/2009/10/05/despertando-ciudad-dormida/816793.html