lunes, 8 de mayo de 2023

Las Huellas

Foto: Pablo Lorenzana

Vetusta Blues. -

"Las huellas"

Cruzaba el Pont des Arts en París con la mujer a la que dediqué mi primer poemario "Ahora que ya somos sólo silencio" (Suburbia, 2019), ese lugar que ella detestaba por los candados del amor, que lo que le sugería era todo lo contrario a una relación amorosa. Íbamos camino del Museo de Orsay, en una ciudad desierta por el atentado de Charlie Hebdo, que cumplía su primer mes, camino de una interesante exposición y de ver, por supuesto, una de las obras expuestas allí, una de mis favoritas, "El inicio del mundo", el cuadro de Gustave Courbet. Mientras parábamos en un puesto de castañas al final del puente (era invierno, no hacía tanto frío como otras veces, pero estaba fresquito), ella me contó cómo cada uno de los presidentes de la République dejaba su huella en la "ciudad de la luz" en forma de Museo. El de Orsay lo "firmo" François Mitterrand, a partir de la estación de tren del mismo nombre y, lo cierto, es que se trata de una instalación deslumbrante, que fascina a quien la visita. Además del propio contenido de la misma.



En Oviedo, este pequeño y acogedor lugar del mundo, tan lleno de contradicciones, de luces y de sombras, las huellas son diferentes a las parisinas. En este lugar, en mi ciudad, lo que se cuenta es una historia de huellas de destrucciones arbitrarias y absurdas. Todos los mandatarios han hecho de las suyas, en mayor o menor medida: vimos cómo se sustituía el Palacete de Concha Heres por un búnker cutre que sólo le gusta a los pavos reales; contemplamos, alucinados, cómo se destruía la Estación del Vasco en pleno centro de la ciudad, sin dar ni media esperanza a una rehabilitación donde, más que probablemente, se hubiera podido albergar la misma sala de estudio -el párking, no, esa obsesión por los aparcamientos-. Lo último es destrozar la Fábrica de Gas y la Fábrica de la Vega, dos entornos privilegiados para reconstruir una ciudad. También, horadar el Naranco. Hubo, incluso, quien en su delirio narcisista, llegó a ofrecer un párking -otro más, esas obsesiones de aparcamientos y rascacielos- bajo el espacio único, singular e inigualable del Campo San Francisco. Vemos agonizar la Plaza de Toros donde vimos a Lou Reed, los Long Ryders o Camarón de la Isla. Paseamos por la ciudad fantasma de las ruinas del antiguo HUCA, sin saber qué edificios se salvarán y cuáles deben ser demolidos. Sin un proyecto, sin nada para parar la desidia total que muestran como prueba de que la capital de Asturias no le interesa nada a los mandatarios del gobierno asturiano.


Y en esas estamos, en una ciudad como Oviedo, que va destruyendo su patrimonio histórico para construir una neorrealidad, mediocre, a bsurda y a la medida de la avaricia, de la especulación, de la estupidez y del egoísmo de quienes dicen quererla, pero sólo la usan para aprovecharse de ella, para extraer la última gota de asqueroso dinero. Y dejar, otra vez más, la huella de su ciega codicia.

MANOLO D. ABAD