Crónicas de Vestuario. –
“Bailando en el alambre”
El VAR ha conseguido brindar una de las Copas del Mundo de fútbol más competidas y emocionantes que jamás se hayan jugado. En ese contexto, lo de la selección española no se escapa al vértigo de unas circunstancias que han transformado en emoción y electricidad cada una de las tres jornadas de esta primera fase.
A quienes vimos al Real Oviedo de Fernando Hierro durante una aciaga campaña, no nos extrañó el inicio titubeante, lento, de pases rutinarios, de absoluta falta de ideas y de ambición. Eso, a pesar de haber situado a unos jugadores supuestamente creativos en el medio del campo, que pronto se vería desbordado por el error que buscaban los aguerridos marroquíes, en una versión inédita en las dos jornadas anteriores. Digo aguerridos y me quedo corto, pues se desenvolvieron con violencia –en especial Amrabat y Boussoufa- ante la pasividad de un nefasto trencilla como el uzbeko Irmatov, que pudo haber expulsado hasta en tres o cuatro ocasiones al desatado jugador del Leganés y al lenguaraz capitán marroquí.
Llegó el error que buscaban los magrebíes y eso puso en evidencia todas las claves que distinguen al equipo de Hierro del de Lopetegui. La inseguridad atrás, la ausencia de presión en el medio del campo –donde sólo Busquets cumple esa tarea, con peor desempeño que en sus mejores días, por cierto-, el regreso al barroquismo en los pases que hundieron al combinado rojo en el anterior Mundial, la falta de verticalidad y de opciones de remate. Todo se entrega a la inspiración individual, al fútbol de videojuego (como muy acertadamente lo definiera en su día Arsène Wenger, aunque entonces fuera un elogio), a lo previsible, a los chispazos individuales que no rompen defensas bien organizadas.
El error de Iniesta le espoleó, lo cual es digno de resaltar aunque no esté para mantenerse en lo alto en un partido completo. Llegó el gol del empate y las dudas invadieron a los de ese seleccionador que parece salido de una película de James Bond, el bello Hervé Renard, todo un latin lover que optó por la vía iraní para hacer fortuna frente a España. Fueron los mejores minutos de La Roja, pero, una vez más –como le ocurría al Real Oviedo de Hierro- dejaron a su rival vivo. Y en el fútbol hay que machacar, bien lo saben los ingleses que parecen haber regresado con más fuerza que nunca. Destrozar, no permitir que el contrario salga vivo. Cuando se perdona, se paga. Eso fue lo que sucedió en el segundo acto, donde el equipo volvió a salir tan rutinario como solía cuando el malagueño entrenaba a los azules.
Al final, el recurso a la Furia, a un recuerdo a los peores tiempos de La Roja. Mal asunto. Gol de un Iago Aspas que pide a gritos oportunidades y un pase a octavos nada brillante, con demasiadas dudas. Aunque los octavos serán otra historia. A cara o cruz. Y los de Hierro parecen vivir bien “Bailando en el alambre” como en aquella vieja canción de los madrileños Polanski y el Ardor, a pesar de que no sea el mejor remedio para unos males acrecentados por la gestión del seleccionador.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el miércoles 27 de junio de 2018