Crónicas de vestuario. –
“Transmisión”
Ya desde su primera rueda de prensa, Roberto Robles,
el joven entrenador azul, mostró personalidad e intención. Me niego a aludir al
tema de la edad como elemento a valorar en el desempeño de conducir la nave
azul: hay quien tiene personalidad a los dieciocho, hay quien la fragua a los
cuarenta, existen aquellos que nunca la tendrán. A Roberto le ha llegado esta
oportunidad y la ha cogido con desenvoltura, con mucha personalidad. Y todo ese
compendio de ilusión, sabiduría y ganas lo ha conseguido transmitir a un
colectivo abotargado, confundido, que vivía en un alambre del que se caía al
menor síntoma de problemas.
La prueba era de fuego. Nada menos que el Guijuelo,
equipo revelación del grupo, un conjunto serio, bien ensamblado por encima de
individualidades, solidario y sólido. Los azules de Roberto presentaban en
casa, como contrapartida, los números de equipos en zona de descenso. No había
tiempo para la duda y debía comunicarse a la grada que éste es un equipo diferente.
Y los primeros veinticinco minutos del encuentro mostraron a un Real Oviedo
funcionando como un bloque, con presión desde la primera salida de pelota del
conjunto chacinero, con tal afán y ensamblaje que muchos esperaron que Wilfred –guardavallas
de los visitantes- se marcase una pifia como la de Ter Stegen –próximo portero,
dicen, del Barcelona- el día anterior. En el trabajo de equipo y de entrenador
que disfrutamos, me gustaría destacar a Alain Arroyo. El vasco del botxo
ejemplifica el cambio como ningún otro futbolista azul: de correr como un pollo
sin cabeza –permítaseme la expresión- con Granero, a engranar sus fuerzas, su
total entrega, con sentido para el juego. En este buen primer tiempo para la
esperanza, para creer en una transmisión de esas ganas que tan bien comunicó
Roberto Robles desde su primer día, ni tan siquiera el árbitro navarro del
Colegio Sueco (ese que evita cualquier problema y rehúye lo que se cuece en las
áreas) Iosu Galech Apezteguía la pudo disipar. Nos olvidaremos del clamoroso
penalti de la reanudación a Annunziata que, en la tradición de los peores
trencillas, se tragó sin contemplaciones y, para mayor vergüenza suya, con
tarjeta amarilla para el jugador azul. Para suerte suya, nada podía parar a los
oviedistas en la matiné dominical.
La segunda parte volvió a ser un recital de la fe
que transmite Robles. Sacrificio colectivo en muy buenos movimientos sin balón,
seguridad defensiva y ayudas, muchas ayudas, en la contención, además de
paciencia cuando se maneja el juego e intención ofensiva. Todo eso llevó al
éxito y hasta se pudo machacar cuando Wilfred se marcó, finalmente, un “Ter
Stegen”, una enorme cantada. Una victoria que vale por dos y llega a tiempo
para creer en que el objetivo, de la mano de todos, es posible. Mi amigo y
crítico de cine de este diario, José Havel, me acusa de no mojarme: pues allá
voy, a la ducha. Siempre aposté por darle el mando a Roberto Robles. Y, ayer,
el club lo confirmó en el puesto. Se lo ha ganado, al ritmo del “Transmission”
de Joy Division, para que la esperanza vuelva a prender en la afición azul.
MANOLO D. ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el lunes 3 de marzo de 2014