lunes, 3 de marzo de 2014

Transmisión


Crónicas de vestuario. –
“Transmisión”

Ya desde su primera rueda de prensa, Roberto Robles, el joven entrenador azul, mostró personalidad e intención. Me niego a aludir al tema de la edad como elemento a valorar en el desempeño de conducir la nave azul: hay quien tiene personalidad a los dieciocho, hay quien la fragua a los cuarenta, existen aquellos que nunca la tendrán. A Roberto le ha llegado esta oportunidad y la ha cogido con desenvoltura, con mucha personalidad. Y todo ese compendio de ilusión, sabiduría y ganas lo ha conseguido transmitir a un colectivo abotargado, confundido, que vivía en un alambre del que se caía al menor síntoma de problemas.

La prueba era de fuego. Nada menos que el Guijuelo, equipo revelación del grupo, un conjunto serio, bien ensamblado por encima de individualidades, solidario y sólido. Los azules de Roberto presentaban en casa, como contrapartida, los números de equipos en zona de descenso. No había tiempo para la duda y debía comunicarse a la grada que éste es un equipo diferente. Y los primeros veinticinco minutos del encuentro mostraron a un Real Oviedo funcionando como un bloque, con presión desde la primera salida de pelota del conjunto chacinero, con tal afán y ensamblaje que muchos esperaron que Wilfred –guardavallas de los visitantes- se marcase una pifia como la de Ter Stegen –próximo portero, dicen, del Barcelona- el día anterior. En el trabajo de equipo y de entrenador que disfrutamos, me gustaría destacar a Alain Arroyo. El vasco del botxo ejemplifica el cambio como ningún otro futbolista azul: de correr como un pollo sin cabeza –permítaseme la expresión- con Granero, a engranar sus fuerzas, su total entrega, con sentido para el juego. En este buen primer tiempo para la esperanza, para creer en una transmisión de esas ganas que tan bien comunicó Roberto Robles desde su primer día, ni tan siquiera el árbitro navarro del Colegio Sueco (ese que evita cualquier problema y rehúye lo que se cuece en las áreas) Iosu Galech Apezteguía la pudo disipar. Nos olvidaremos del clamoroso penalti de la reanudación a Annunziata que, en la tradición de los peores trencillas, se tragó sin contemplaciones y, para mayor vergüenza suya, con tarjeta amarilla para el jugador azul. Para suerte suya, nada podía parar a los oviedistas en la matiné dominical.

La segunda parte volvió a ser un recital de la fe que transmite Robles. Sacrificio colectivo en muy buenos movimientos sin balón, seguridad defensiva y ayudas, muchas ayudas, en la contención, además de paciencia cuando se maneja el juego e intención ofensiva. Todo eso llevó al éxito y hasta se pudo machacar cuando Wilfred se marcó, finalmente, un “Ter Stegen”, una enorme cantada. Una victoria que vale por dos y llega a tiempo para creer en que el objetivo, de la mano de todos, es posible. Mi amigo y crítico de cine de este diario, José Havel, me acusa de no mojarme: pues allá voy, a la ducha. Siempre aposté por darle el mando a Roberto Robles. Y, ayer, el club lo confirmó en el puesto. Se lo ha ganado, al ritmo del “Transmission” de Joy Division, para que la esperanza vuelva a prender en la afición azul.


MANOLO D. ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el lunes 3 de marzo de 2014