Esta es la segunda parte de la entrevista que mantuve con Jesús Franco en noviembre de 2002 durante el Festival Internacional de Cine de Gijón y que publicó la revista Ruta 66 en su número 191 correspondiente a febrero de 2003.
-Has trabajado con una
considerable cantidad de actores de renombre como George Sanders, Eddie
Constantine, Jack Palance, Herbert Lom, Akim Tamiroff, Robert Foster… pero
quisiera que me hablaras de Klaus Kinski, un actor controvertido y con mala
fama, fama de difícil.
Muy bien. Era difícil para los
gilipollas. Puedo decirte que hice cinco películas, seis, con él. Klaus y yo
nunca hemos peleado. Lo pasábamos muy bien, era un loco peligroso, lo era de
verdad y, además, yo se lo decía todos los días. Le decía: “Hacemos dos planos
más y te invito a un electroshock”. Un actor cojonudo, con una posibilidad tan
inmediata de cambiar de registro. No era difícil de controlar.
-Decían…
Decían, decían… ¡¡¡decían
tonterías!!! Porque Klaus era un actor en estado puro, que es siempre un
personaje hipersensible, un actor con una intuición… y, a la vez, es un hombre
como un niño, con una mente siempre de diez años menos de lo que tiene. Klaus
tenía sentido del humor, ¡ya lo creo que lo tenía! Pero, aparte de eso, él
llegaba, por ejemplo: “Vaya mierda de película que estamos haciendo, porque
acabo de ver un decorado que no me gusta nada”, y yo le contestaba: “Klaus,
pero, ¿lo dudas un momento?: contigo de protagonista y yo de director, sólo
podemos hacer una mierda”. Entonces, me decía: “Cabrón, va, cállate, déjame en
paz”. La verdad es que él se portó siempre muy bien conmigo. Hizo cosas… por
ejemplo, cuando rodamos “Jack The Ripper”, él no rodaba nunca más de ocho-nueve
horas y conmigo ha llegado a rodar dieciséis horas sin rechistar porque hacía
falta terminar en aquel decorado, porque era imposible y él lo comprendió, lo
aceptó. Todo lo que pueda decir es laudatorio para él, porque era un tío cojonudo.
-Otro grande: Christopher Lee.
Pero Christopher es otro cantar,
otra cosa muy diferente. Klaus era la intuición, esa cosa felina que tenía,
casi ingenua, infantil, de coger rabietas y de decirle “oye, no tienes por
qué”, pero con Christopher nuestras primeras películas juntos fueron de él ser
de una profesionalidad absolutamente extraordinaria, de saberse sus textos, de
tener la composición del personaje clavada, de todo cojonudo, pero siempre una
distancia, una especie de frialdad, de muro británico… En los Fu Man Chú está
muy bien, pero dentro del cliché de los Fu Man Chú, que además era lo que tenía
que ser. Cuando hice, por fin, el “Drácula” de Bram Stoker, ahí lo pasó muy
bien. Tuvo miedo varias veces porque como había hecho ya muchos Dráculas y en
ninguno de ellos se le había
rejuvenecido, le daba mucho miedo, pero le dije: “Nos hemos implicado en hacer
el “Drácula” de Bram Stoker, y el “Drácula” de Bram Stoker rejuvenece”. Lo
hizo, ahora últimamente me ha dado muchas más pruebas de cariño, pero, en aquel
tiempo, nunca había dicho un “sí, Jess”, sino un “sí, señor”. Cuando acabamos
el rodaje de “Drácula”, tres meses más tarde, me llama a mi casa a las doce y
pico de la noche por teléfono y me dice: “Te llamo porque he hablado con mi
mujer y mi mujer me ha dicho que debería llamarte”. Cuéntame. “Porque he
empezado a rodar otro “Drácula” con la Hammer, dirigido por Peter Sadsky y hoy
por la tarde le he dicho a mi mujer: desde luego, con Jess es otra cosa. ¡Pues
llámale y díselo!”. A partir de ahí, hemos sido mucho más amigos, hemos
confiado mucho más cada uno de nosotros en el otro, hay una entente preciosa.
La última vez que he visto a Christopher ha sido hace tres meses en Londres,
no, en Bruselas, en el Festival de Bruselas. Pero tres meses antes había estado
en Londres, porque había un programa en el Channel 4 al que nos invitaron a él
y a mí para hablar de nuestras películas juntos. Eso ha sido cojonudo.
-La lista de actrices también es
larga y de calidad, pero quería centrarme en dos. La primera Soledad Miranda,
que cambió su registro contigo de una forma sorprendente.
Hicimos cuatro películas: la
primera fue “Drácula” y cuando yo la elegí para Lucy, a todo el mundo le
pareció una locura. Pero yo conocía a Soledad. Soledad era una chica gitana, de
Triana, una chica con una intuición y una rapidez mental extraordinaria, sin
ninguna formación. Leía y escribía y basta. Habría leído a lo mejor a Alejandro
Dumas y se acabó. Pero tenía una especie de luz, de intensidad interior que, en
cuanto dejabas expresarla un poquito, ya estaba. Lo que pasa es que el cine
español de aquel tiempo era de gilipollas, no tiene ningún mérito lo mío. Te
voy a decir una frase maravillosa que me dijo Robert Siodmark una vez que iba a
hacer la película de Custer en España, y que yo estaba trabajando con él, me
pedía a actores españoles y más actores. Al final, cuando vio a sesenta o
setenta, además de trozos de sus películas, me dijo: “Mira, estoy hecho un lío.
No sé si son unos genios o unos hijos de puta, porque la verdad es que lo hacen
muy mal en esos papeles que hacen. Y esa insensatez de montaje, de director y
de película. Pienso que, si en vez de ellos, fuera Gary Cooper, lo haría igual
de mal, porque es imposible hacer bien esto”. ¿Qué le di yo a Soledad Miranda?
Un poquito de carne, le dije “Toma un papel”, y ella se lanzó como una flecha y
lo hizo cojonudo porque tenía una intuición y una sensibilidad extraordinaria.
-Janine Reynaud, otra actriz que
no tuvo la oportunidad de brillar más en el cine que contigo y que acabó haciendo
vodeviles seudoeróticos con Max Pecas.
Pobrecita. Eso fue culpa de ella.
A Janine Reynaud le ofreció la Constantin un contrato de tres años para hacer
películas después de “Necronomicon”. Ella hizo una y, luego, ya se creyó la
Duquesa de y se piró a hacer una película que le ofrecían en Italia o en no sé
dónde. Ahí vino su declive, porque si hubiera seguido con la Constantin la
hubieran convertido en una estrella. Tenía todos los elementos para
conseguirlo. En “Necronomicon” está cojonuda.
MANOLO D. ABAD